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pulmones que, desde luego, son blandos y desprovistos de sangre, y que, además, están agujereados como una esponja y llenos de cavidades, con objeto de que, recibiendo el aire y las bebidas, refres- casen el corazón y, con ello, dulcificasen y aliviasen los ardores que nos abrasan. Y por ello es por lo que han conducido la traquiarteria hasta el pulmón y por lo que han colocado el pulmón todo alrede- dor del corazón, cual uno de esos cuerpos blandos que durante los sitios se oponen a los golpes de ariete. Con ello, cuando la cólera hace latir el corazón con fuerza, encontrando algo que cede a su violencia y vivo contacto, le refresca, se fatiga menos y puede, pese a su furia, inclinarse al servicio de la razón» ( Timeo 70b-d). A lo largo de su relato, Platón ha utilizado más de una vez la metáfora de la ciudad. El cuerpo del hombre puede ser comparado a una república o ciudad amurallada, en la que hay seres inferiores e irracionales, otros que son guardianes o centinelas, y, en fin, otros que son los gobernantes. Estos últimos viven en la parte más eleva- da de la ciudad, la ciudadela, que en el cuerpo sería el cerebro. Los centinelas, que hacen de intermediarios entre los gobernantes y los artesanos, están en un lugar intermedio, que en el cuerpo humano representa el tórax. Finalmente, la parte más irracional de la ciudad, los artesanos, estarían en su lugar más bajo, lo que en el cuerpo corresponde a la cavidad abdominal. Si ahora leyéramos algunas páginas de la República de Platón, veríamos que describen exacta- mente en estos términos la ciudad ideal. Al cerebro le corresponde, pues, la función de gobernante y al corazón la de guardián. Platón dice que los guardianes deben ser fuertes y robustos, ya que en caso contrario no pueden imponer el orden y administrar justicia. Del mismo modo, en el corazón sitúa las virtudes irascibles, en particu- lar la fortaleza. La virtud del alma concupiscible es la templanza, la del alma irascible la fortaleza y la del alma racional la prudencia. Englobando a las tres está la justicia, que por ello es la virtud gene- ral. Juntas las cuatro, forman el catálogo de las llamadas virtudes car- dinales, centro de la vida moral. De ser el rey del cuerpo, el corazón ha pasado a convertirse en Platón en mero guardián de la vida. No todo el mundo aceptará este punto de vista, aun dentro de la misma Grecia. No debemos olvidar que en la cultura griega arcaica, por ejemplo en Homero, las fun- ciones hegemónicas se situaban en el interior de la cavidad toráci- LAS RAZONES DEL CORAZÓN 31
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