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provienen del aire. El aire le proporciona el entendimiento. Los ojos, los oídos, la lengua, las manos y los pies ejecutan aquello que el cerebro apercibe. Pues en todo el cuerpo hay entendimiento, en tanto que hay participación del aire, pero el cerebro es el transmi- sor de la conciencia» ( De morbo sacro , 19). En estas tesis es clara la influencia de Alcmeón de Crotona, pero también de otro autor pitagórico, Filolao, según el cual «la cabeza es el principio del pensamiento y el corazón el principio de la vida y de la sensación» (D.-K. 44 B 13). Este dato es tanto más importante, cuanto que Filolao es, según algunos, el mentor intelectual del Platón del Timeo , el libro que canonizó el cerebrocentrismo en la cultura occidental. Según una leyenda, en efecto, Platón habría escri- to su libro a base de unos manuscritos camprados a Filolao. Sea esto o no cierto, demuestra hasta qué punto el Timeo platónico es la cul- minación de todo este proceso que de algún modo inició Alcmeón de Crotona. Según la descripción platónica, los demiurgos o dioses artesa- nos infundieron en el cuerpo humano dos almas, una inmortal y divina, y otra mortal, que en vez de ennoblecer y elevar al hombre, tiende a envilecerlo. Este alma, dice Platón, «lleva consigo pasiones temibles e inevitables. En primer lugar, el placer, ese incentivo pode- rosísimo para el mal; los dolores, luego, causas de que abandone- mos el bien; y luego aún, la temeridad y el miedo, consejeros estúpidos; el apetito sordo a todo consejo y, finalmente, la esperan- za, tan fácil a la decepción. Los demiurgos han mezclado todo esto a la sensación irracional y al amor dispuesto a arriesgarlo todo. Y así han compuesto, siguiendo procedimientos necesarios, el alma mor- tal» ( Timeo 69c-d). El alma inmortal hace del hombre, según Platón, una especie de dios, en tanto que el alma mortal le envilece y degrada. Por eso no pueden convivir juntas. Una es racional, la otra irracional; una está presidida por las llamadas virtudes dianoéticas o intelectuales, en tanto que las virtudes propias de la otra alma son las éticas o morales. Por ser tan distintas, Platón dice que han de estar alojadas en lugares distintos y separados. En caso contrario, el alma irracio- nal y mortal podría pervertir y manchar al alma divina e inmortal. De ahí que Platón escriba: «Pero temiendo manchar de esta manera el principio divino, en la medida al menos en que esta mancha no LAS RAZONES DEL CORAZÓN 29
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