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Alcmeón es clara. Esto es aún más evidente en lo que se refiere al papel del corazón y el cerebro en la fisiología humana. El autor rechaza expresamente las tesis de quienes localizan el pensamiento en el diafragma o en el corazón. La palabra dia-fragma está etimo- lógicamente emparentada con el verbo phronéo , que significa pen- sar, meditar, y en la cultura griega arcaica, tal como se nos ha conservado en la Ilíada y la Odisea , las emociones y el pensamien- to se situaban en el tórax y en el diafragma. Pues bien, el autor de De morbo sacro rechaza esas localizaciones, y escribe: «El diafragma, singularmente, tiene un nombre adquirido por el azar y la costum- bre, pero que no está de acuerdo con su naturaleza. No sé yo qué capacidad posee el diafragma en relación con el pensar y reflexio- nar» ( De morbo sacro , 20). Tras esto, el autor se enfrenta con quienes sitúan en el corazón la sede de las facultades superiores del hombre: «Dicen algunos que pensamos con el corazón y que éste es el [órgano] que se aflige y se preocupa. Pero no es así; lo que pasa es que tiene convulsiones, como el diafragma y, más bien, por las mismas razones. Pues de todo el cuerpo tienden hacia él venas y está congregándolas de modo que puede sentir si se produce algún esfuerzo penoso o algu- na tensión en el individuo. Forzosamente el cuerpo se estremece y se pone tenso al sentir una pena, y experimenta lo mismo en una gran alegría, cosa que el corazón y el diafragma perciben con espe- cial sensibilidad. No obstante, de la capacidad de comprensión no participan ni uno ni otro, sino que el responsable de todo eso es el cerebro» ( De morbo sacro , 20). Descartados el diafragma y el corazón, sólo queda el cerebro como sede de la inteligencia. De ahí que nuestro autor escriba: «Conviene que la gente sepa que nuestros placeres, gozos, risas y juegos no proceden de otro lugar sino del cerebro, y lo mismo las penas y amarguras, sinsabores y llantos. Y por él, precisamente, razonamos e intuimos, y vemos y oímos y distinguimos lo feo, lo bello, lo bueno, lo malo, lo agradable y lo desagradable» ( De morbo sacro 17). Este poder le viene al cerebro, según nuestro autor, a tra- vés del aire ( peuma ), que desde los pulmones se reparte por todo el cuerpo, pero especialmente por el cerebro: «De acuerdo con esto considero que el cerebro tiene el mayor poder sobre el hombre. Pues es nuestro intérprete, cuando está sano, de los estímulos que 28 DIEGO GRACIA
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