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103 Dios. Dicho amor permanece igual, ya sea que se oriente a Dios o al prójimo. La razón se encuentra en el hecho de que con el mismo amor con que amamos al prójimo, amamos también a Dios. En este sentido, el amor al prójimo tiende incluso a dilatar el amor de Dios en el ámbito del misterio de la Iglesia, que es cuerpo místico de Cristo. El amor de caridad ocupa en san Agustín el vértice supremo de toda la vida cristiana. Precisamente por ello los bienes terrenos son reducidos a un lugar inferior. Estos, obviamente, no pueden de ninguna manera, constituir la felicidad, pero sí son medios que sirven para las necesidades de la vida cotidiana. Por ello el cristiano debe necesariamente perfec- cionarse y convertirse en imitador de Cristo, en relación con las cosas terrenas y a través de las mismas aspirar a las realidades eternas. Las criaturas tienen, por tanto, un papel de mediación . Los medios a través de los cuales, el cristiano en la fe y en el amor, puede subir al Creador. Al mismo tiempo que la caridad representa el vértice de la perfec- ción, Agustín resalta el papel de la vida de oración. Ésta se presenta como un deseo constante de Dios. Precisamente por ello quien se encuentra en una situación habitual de deseo de Dios, ora siempre. El camino peculiar que conduce a la caridad es la humildad. Aquella que fue la principal enseñanza de la didáctica espiritual del Verbo Encarnado representa la medida del propio progreso espiritual. La Iglesia es una madre a la que el creyente se aferra como un niño para obtener la leche de la sabiduría y encontrar así la vida. Acepta la Sagrada Escritura porque es la autoridad de la Iglesia quien la propone. Está profundamente convencido de que la Iglesia es madre y, por ello, aun cometiendo errores es positivo que el creyente permanezca en ella. Es precisamente lo que él mismo discutirá con los donatistas, que no les echará en cara sus errores, sino el haberse separado de la Iglesia. Del amor a la Iglesia toma su sentido el respeto por la tradición y la sumisión a la autoridad del papa. Es interesante ver cómo ama también a aquellos que están equivo- cados; aunque les repudia su error y los llega a amar aunque ellos no lo deseen. Su celo por las almas, una vez consagrado obispo, será tan intenso que deseará morir por ellas, al tiempo que no deseará salvarse sin su grey. Este ponerse al servicio de otros hasta la entrega de la propia vida, unía la vía ascética a la santidad de una entrega y un servicio total.
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