BCCAP000000000000109ELEC

95 les invitan a predicar al pueblo. Como invitaron nuestros bienaventurados hermanos: Neón a Evelpis en Laranda, Celso a Paulino en Iconio y Atico a Teodoro en Sínade. Es probable que también en otros lugares ocurra igual, sin que nosotros los sepamos” 12 . El texto resulta muy fresco, especialmente por la espontaneidad con que está escrito, dando cuenta de la adecuada valoración para los diversos ministerios, en razón de la preparación y cualificación personal. Pero, al mismo tiempo, pone en evidencia ya dos visiones encontradas en la manera de entender los ministerios, así como la implicación de los fieles laicos en los mismos. La respuesta tomará un rumbo determinado, ya que en el siglo V, con León Magno, aparece con claridad ya la prohibición: “Ninguno, sea monje o laico, se atreva a atribuirse el derecho a ense- ñar y predicar (…). No se debe permitir que ninguno que no pertenezca al orden sacerdotal se atribuya la prerrogativa de predicar, siendo conveniente que en la Iglesia de Dios todas las cosas sean ordenadas”. Así, una serie de usos y disposiciones eclesiales dieron como resul- tado la distinción entre sacerdotes y fieles, tanto en razón del género de vida (celibato), por la formación doctrinal, o por la adopción de un atuendo copiado de los monjes, a partir de la segunda mitad del siglo V. Una de las consecuencias más nefastas de la progresiva distinción es que la vida de los laicos comenzará a ser juzgada como más carnal. En este orden de cosas, Gregorio Magno distinguirá entre “los pastores, los continentes y los casados”. Esta lectura llevaba a la división de los miem- bros de la Iglesia en superiores e inferiores, en soberanos y súbditos, en letrados e iletrados. Durante las invasiones de los llamados pueblos bárbaros, cuando desapareció el entramado pedagógico y cultural clásico del Imperio, la cultura se fue convirtiendo en un monopolio de los clérigos y monjes. Cada vez más, la teología se convirtió en un campo exclusivo de unos cuantos que elaboraban, deducían y decidían sobre los temas teológicos y que, además, eran clérigos. No se puede olvidar que, con anterioridad, la educación era pagana 13 . 12 EUSEBIO DE CESAREA. Historia Eclesiastica , 6,19-17-18 (BAC 350,384). 13 El ejemplo más claro es Libanio, maestro de san Basilio y san Juan Crisóstomo, con la segunda sofística. Cf. DELGADO JARA, Inmaculada. “El período antioqueno de la vida de san Juan Crisóstomo”. Helmántica 52 (2001), pp. 28-35.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz