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93 En esa conciencia, todo cristiano puede ser llamado al martirio –ya sea de sangre o por medio de las ascesis–. Los cristianos de lengua griega y latina unirán en una misma denominación a todos aquellos que rinden testimonio de Cristo, ya sea por medio de la vida o de la muerte. La con- tinuidad entre la vida cristiana de todos los días y la suprema prueba de amor que da el mártir consiste, ante todo, en la caridad . En ese complejo mundo de virtudes y buenas costumbres que postula y que anima el amor de Dios y de Cristo por encima de todo y, al mismo tiempo, promueve el sincero amor del prójimo que forma parte esencial de él. Todos los cristianos están llamados a hacer real el principio evangé- lico, “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). En este sentido, san Juan Crisóstomo señala nueve grados del compor- tamiento cristiano con aquellos de nuestros semejantes que desearíamos no amar, nuestros enemigos, con aquellos que nos hacen daño. El texto se convierte en toda una forma de vivir el ser cristiano en lo cotidiano, en una espiritualidad: “El primer escalón es que no hagamos por nuestra cuenta mal a nadie. El segundo, que, si a nosotros se nos hace, no devolvamos mal por mal. El tercero, no hacer a quien nos haya perjudicado lo mismo que a nosotros se nos hizo. El cuarto, ofrecerse uno mismo para sufrir. El quinto, dar más de lo que el ofensor pide de nosotros. El sexto, no aborrecer a quien todo eso hace. El séptimo, amarle. El octavo, hacerle beneficios. El noveno rogar a Dios por él” 11 . Si los actos de la más elevada perfección se imponen al cristiano por el amor de Dios y del prójimo, no podrá tampoco eludir los deseos ordenados por la caridad. En la tarea pedagógica de los Padres, el padre- nuestro y las bienaventuranzas proporcionan a los predicadores nuevas ocasiones de decir lo que debe ser la vida del cristiano, generando nuevos caminos de vida de fe. Esta predicación y enseñanza, que no estaba sólo en manos de los clérigos, sino también de los laicos, en razón de sus cualidades y com- petencia, pudieron ocupar un papel preeminente. Orígenes, a principios del siglo III, es ejemplo manifiesto de ello, puesto que su enseñanza gozaba de indudable prestigio. Conjugó perfectamente una reflexión teológica especulativa y, al mismo tiempo, una atención catequética y 11 S. JUAN CRISÓSTOMO. Homiliarum in Evangelium Lucam , 18,4 (BAC 141,376).

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