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309 Así, aquel se proponía como símbolo de la independencia, el rey Fernando VII, en un segundo momento pasará a ser el referente del absolutismo más despótico, que debía ser desterrado de las tierras americanas. La respuesta, sustentada en la vehemencia típica hispana, no se hace espe- rar. Diversas figuras, tanto en la Península como en América, se alzan contra el tirano invasor desde una manifiesta actitud de patriotismo y defensa de lo propio, sustentado en unos valores comunes defendidos por todos. Serán éstos los que aglutinen y convoquen un sentimiento de exaltación común en toda la sociedad, que tendrá distintas concreciones en España y América. Con todo, reflejos de ese sentimiento común serán diversas manifestaciones de fidelidad al rey, a la religión católica y a la patria. Llama poderosamente la atención el constatar que, el rechazo del francés se lleva a cabo por medio del hecho de remarcar la fidelidad al soberano legítimo, en el que se ponen todas las esperan- zas e ilusiones de un pueblo que estima y defiende sus usos y costumbres. Pero, precisamente en este hecho, es donde ya se manifiesta una evolución de qué entiende cada uno como nación. Lo que en un primer momento la Monar- quía hispánica comienza a ser sustituida por nación española, idea que identi- fica a peninsulares y americanos, pero que pronto generará suspicacias y, en un segundo momento, confrontaciones. Por lo mismo el reflejo de los hechos se mueve entre una unidad de actitudes y valores a defender, en una homogeneidad de comportamientos que pronto derivará en respuestas abiertamente enfrenta- das: las de aquellos que defienden la Monarquía en su comprensión clásica y la de otros que buscan nuevas formas de entender la nación española. Lo sorpren- dente es que ambas posturas se sustentan en el rechazo y enfrentamiento contra el tirano francés, que hace brotar esos valores patrióticos exaltados. En el trasfondo, era necesario justificar posiciones que permitieran defen- der teóricamente aquello que el sentimiento popular estaba realizando con los hechos. Y, para ello, cualquier argumento era válido, tanto las ideas sostenidas por el naciente liberalismo, como las posturas basadas en la escolástica hispá- nica o la evidencia de convivencia social que proyectaban los nuevos estados. Pero, al socaire de esta argumentación teórica, se evidenciaba también que la igualdad entre los vasallos españoles no era real. Los criollos se sentían poster- gados ante los peninsulares en el acceso a los puestos administrativos, mien- tras que una élite burocrática venida de la Península seguía actuando como si las cosas no hubieran cambiado nada. El control estaba en manos de esa élite burocrática, del alto clero y de los comerciantes sobresalientes. 80 También los 80 Esto se manifiesta con gran claridad en México con el golpe de Estado del comerciante Gabriel de Yermo, en septiembre de 1808 , contra lo que se interpretaba como un intento ilegí- timo del virrey Iturgaray para hacerse con el poder. El hecho tuvo una fuerte trascendencia en la la «escuela de salamanca» y el pensamiento independentista
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