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306 Así las oligarquías locales, en los marcos académicos hispanoamericanos, donde las doctrinas populistas seguían siendo un referente, unidos al resto del pueblo sumamente religioso y abiertamente dirigido por el clero, se opo- nían manifiestamente a las supuestas actitudes ateas y escépticas de las autori- dades españolas. Por lo mismo, no se puede afirmar que el clero haga apolo- gía de la Revolución Francesa, sino que la utilizará como argumento ideológico cuando le resulte de interés, igual que lo hará con el tiranicidio. Así ocurre en Nueva Granada, ejemplo de ello es el agustino Diego Francisco de Padilla o, en México, Manuel Abad y Queipo, deán de Michoacán, o el arzobispo de Charcas, Benito Mª. Moxó. Las palabras de este último en su Carta a los ame- ricanos , del 18 de septiembre de 1815 , camino del destierro resultan especial- mente elocuentes: Apenas puse el pie en América, mi segunda dulce patria, la experiencia me hizo luego conocer, que esta hermosa porción del globo sufría grandes y acerbos males. Entonces en su defensa escribí las Cartas mexicanas . El amor y celo por los intereses de la América me sobrepusieron a todas las consideraciones de la carne y de la sangre en una época en que a causa de las intrigas y colosal poder del privado Godoy temblaba de continuo toda la Monarquía con las desoladoras ondulaciones de la arbitrariedad. 73 Por lo mismo, como ya afirmábamos al comienzo, haciendo nuestras las palabras de F.-X. Guerra, «Reducir estas revoluciones a una serie de cam- bios institucionales, sociales o económicos deja de lado el rasgo más evidente de aquella época: la conciencia que tienen los actores, y que todas las fuen- tes reflejan, de abordar una nueva era, de estar fundando un hombre nuevo, miles de jesuitas hispanoamericanos que mal podían ser fervientes partidarios del Rey de España... Se ha discutido si eran de verdad hostiles al régimen español, pero no parece razonable negarlo... De entre estos jesuitas desterrados se sabe de cierto que se pronunciaron contra el régimen espa- ñol Javier Caldera, Hilario Palacios, Salvador López y Juan de Dios Manrique de Lara, todos crio- llos, así como dos peninsulares, Andrés Fabrés, catalán, y Cosme A. de la Cueva, asturiano. Pero los dos más activos fueron Juan Pablo Viscardo y José Godoy». Salvador de Madariaga, El auge y el ocaso del imperio español en América , Espasa-Calpe, Madrid, 1979 , pp. 595 - 596 . No dejaba tam- bién de ser cierto lo que afirmaba hace algunas décadas el prestigioso hispanista y jesuita Miquel Batllori: «Si no hubiera venido, desde fuera, la independencia de las colonias inglesas, la revolu- ción de Francia y la invasión napoleónica en España, lo más probable es que los pueblos hispa- noamericanos, antes de alcanzar su plena independencia, hubieran desarrollado un regionalismo cultural... para crear una cultura diferencial, base de su definitiva autonomía». Miquel Batllori, La cultura hispano italiana de los jesuitas expulsos. Españoles, Hispanoamericanos, Filipinos, 1767 - 1814 , Gredos, Madrid, 1966 , p. 578 . 73 Tomado de: Rubén Varga Ugarte, Don Benito Mª. Moxó y Francolí , Imprenta de la Univer- sidad, Buenos Aires, 1931 , p. xxi . miguel anxo pena gonzález

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