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La ideología de las independencias – 373 – que progresivamente se irán desdibujando y cambiando su contenido, pero que en este momento parecen ser coincidentes: fidelidad al Rey, fidelidad a una fe: la Católica, fide- lidad a una idea de Patria. Así aparecerá reflejado tanto en los acontecimientos peninsulares, como en los que tendrán lugar en la América española. El acento, por extraño que pueda parecer, se pone en realzar la figura de aquel que, de manera premeditada y permanente había atentado contra los derechos del pueblo, identificado singularmente en la persona de Carlos III y el resto de los Borbones. Por lo mismo, cuando llegue el momento del alzamiento y de la emancipación caerá parte del contenido, aunque se mantendrá el esquema que lo sus- tentaba; éste será ahora colmado con un nuevo contenido, o con un nuevo vocabulario más acorde ya con la modernidad 9 . En todo los pasos que se van sucediendo se muestra una visión fuertemente pro- videncialista, primero orientada hacia la figura del soberano, que se insinuaba que había sido escogido de manera singular por el Altísimo; posteriormente, por parte del pueblo que, de igual manera, se sentía y creía haber sido elegido para librar a las nuevas Repúblicas del yugo opresor e injusto. Dicho providencialismo, identificado con la comunidad concreta, resultaba un recurso atrayente en el marco propio, máxime cuando se refería a las devociones propias del entorno geográfico y, por lo mismo, capaces de aglutinar a la población. Podríamos ver muchos ejemplos; es suficiente una referencia al más claro de todos, el de la Virgen de Guadalupe en Nueva España, pero también podemos ver el de la Virgen del Carmen en La Paz, el 16 de julio de 1809. Si estos usos u orientaciones nos relacionan con el entorno revolucionario, el entorno realista utili- zará también los mismos símbolos para conseguir los resultados opuestos. Un ejemplo significativo puede ser el de la justicia divina, como medio para mantener el status quo . En el trasfondo, era necesario justificar posturas que permitieran defender teórica- mente aquello que el sentimiento popular estaba realizando con los hechos. Y, para ello, cualquier argumento era válido, tanto las ideas sostenidas por el naciente liberalismo, como las posturas basadas en la escolástica hispánica o la evidencia de convivencia social que proyectaban los nuevos estados. Pero, al socaire de esta argumentación teórica, se evidenciaba también que la igualdad entre los vasallos españoles no era real. Los criollos se sentían postergados ante los peninsulares en el acceso a los puestos administrativos, mientras que una élite burocrática venida de la Península pretendía creer que las cosas no habían cambiado nada. Lo cierto era que el control estaba en manos de esa élite burocrática, del alto clero y de los comerciantes sobresalientes 10 . También el patriarcado criollo será el que promueva, dirija y oriente las diversas manifestaciones del pueblo. 9 No entramos en el debate si los autores son conscientes del lenguaje y de su contenido formal, sino que la importante es el cambio que se opera formalmente. Para rechazar al invasor gabacho se reafirma aquello que venía siendo cuestionado de manera general: la fidelidad al soberano absolutista. 10 Esto se manifiesta con gran claridad en México con el golpe de Estado del comerciante Gabriel de Yermo, en septiembre de 1808, contra lo que se interpretaba como un intento ilegítimo del virrey Iturgaray para hacerse con el poder. El hecho tuvo una fuerte trascendencia en la Nueva España, representando uno de los prototipos

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