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La ideología de las independencias – 371 – Así sucede también en la interpretación que sostuvieron tradicionalmente los insur- gentes y, en el lado opuesto, las autoridades eclesiásticas, fundamentalmente obispos que los condenan e, incluso, en algún caso los excomulgan. La cuestión más importante es a qué responden esas excomuniones. ¿Es una cuestión religiosa o es también política? No parece que la respuesta esté en una lectura unívoca, sino en la conjugación de diversos elementos que serán religiosos, políticos, ideológicos e, incluso, circunstanciales de cada momento y lugar. Muy unido a esto, también es verdad que no se pueden pasar por alto hechos históricos objetivos, que deben ser aceptados en su presente y como parte de su núcleo esencial. No se trata de un sumatorio matemático simple. Volviendo a nuestra idea de partida, es claro que un asunto que suscita múltiples interpretaciones no puede ser resuelto a partir de soluciones simplistas y que encajan fácilmente. Y, en este sentido, el hecho religioso es siempre complejo, por mucho que nuestra sociedad actual se obstine en simplificarlo e, incluso, en dejarlo de lado y con- vertirlo en un aspecto que sólo se refiere a la vida privada y oculta del individuo, sin nin- guna trascendencia para el marco social. Lo religioso configura y da forma al día a día de las sociedades del Antiguo Régimen, tanto aquende como allende los mares. Los temas religiosos y la argumentación deducible de los mismos, en una orientación revoluciona- ria o contrarrevolucionaria, sirvieron abiertamente a aquellos que tenían la obligación o se sentían en la responsabilidad de movilizar a la población. El pensamiento clásico fue, de esta manera, una herramienta eficaz y segura, desde la cual generar respuestas en los distintos espacios geográficos 5 . Por ello mismo, ya en distintos momentos, la Corona había procurado controlar la libertad de la Iglesia y su independencia respecto del Estado. El poder regio había suspendido las “congregaciones del Clero”, al tiempo que evitará la convocación de los sínodos provinciales, en un intento por controlar un estamento significativo en la sociedad del Antiguo Régimen. De manera concreta, en el discurso insurgente nos encontramos el constante recurso a los catecismos políticos, como instrumento educativo y de difusión de las ideas. En ellos está contenido todo lo referente a la actitud revolucionaria o insurgente, las moti- vaciones del pueblo, la lealtad a la Monarquía, la defensa de la fe católica, los títulos de la Conquista, los derechos de los individuos, así como la argumentación ilustrada... Se trataba de un medio frecuente y efectivo, pero que había tenido también su antecedente en la defensa de las posiciones absolutistas. Fiel ejemplo de ello era el redactado por Joaquín López de Villanueva en una interpretación absolutista 6 o, coincidiendo con los americanos, los del entorno liberal redactados en la Península en torno a las Cortes 5 Este pensamiento clásico, posteriormente una vez ya configuradas las nuevas Repúblicas, se orientará en lecturas cada vez más enfrentadas, que se interpretarán como tradicionalistas, en el sentido negativo del término, mientras que otros las entenderán como la única verdad u opción posible. 6 Cf. J. López de Villanueva, Catecismo del Estado según los principios de la religión , Madrid, Imprenta Real, 1793.

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