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El Mundo Iberoamericano antes y después de las Independencias – 388 – momento, confrontaciones. Por lo mismo el reflejo de los hechos se mueve entre una unidad de actitudes y valores a defender, en una homogeneidad de comportamientos que pronto derivará en respuestas abiertamente enfrentadas: las de aquellos que defien- den la Monarquía en su comprensión clásica y la de otros que buscan nuevas formas de entender la nación española. Lo sorprendente es que ambas posturas se sustentan en el rechazo y enfrentamiento contra el tirano francés, que hace brotar esos valores patrióti- cos exaltados. Al socaire de esta argumentación teórica, se evidenciaba también que la igualdad entre los vasallos españoles no era real. Los criollos se sentían postergados ante los penin- sulares en el acceso a los puestos administrativos, mientras que una élite burocrática venida de la Península seguía actuando como si las cosas no hubieran cambiado nada. El control estaba en manos de esa élite burocrática, del alto clero y de los comerciantes sobresalientes. También los patricios criollos, unidos con el bajo clero, serán los que promuevan, dirijan y orienten las diversas manifestaciones del pueblo. A partir de esta situación, es lógico que la aversión sea creciente, pero también en este punto se pone de manifiesto cómo los argumentos tienen una evolución en sus pro- pias lecturas. Así, el ataque directo por parte de los revolucionarios españoles, se justifica afirmando que han vivido trescientos años de Despotismo, sometidos a las autoridades regias venidas de los marcos peninsulares, que hacen uso de todas sus prebendas y niegan los derechos propios de los vasallos americanos. Lógicamente, la reacción llevará a des- tacar lo propio y peculiar americano 56 . Cuando esos rencores se acentúen más, unidos al ansia por salvaguardar la legitimidad clásica y el pueblo se arroje a la calle para defender al soberano legítimo, la reacción de enfrentamiento contra el poder establecido será difícilmente sostenible. A esa guerra contra el francés se le añadía un elemento nada desdeñable: el hecho de considerarla como una guerra religiosa, por lo que el patriotismo suponía a un mismo tiempo la defensa de la religión tradicional del Estado. La impedimenta eclesiástica uti- lizada a este fin fueron las procesiones, sermones, cartas pastorales… que desarrollan un sentimiento patriótico y religioso exaltado 57 . Sin ser expresamente en el marco religioso, así lo intuía Juan Germán Roscio, poniendo ya contrapeso a las posturas realistas: Piensan muchos ignorantes que vivir sin Rey es un pecado; y este pensamiento fomenta- do por los tiranos y sus aduladores se ha hecho tan común para definir el vulgo a un hombre malvado suele decir que vive sin Rey y sin ley. Sin ley, es verdad, nadie puede vivir, porque 56 Aunque no nos detenemos en ello, lógicamente ocupa un papel significativo en este juego de intereses la representatividad de unos y otros, en relación a una soberanía que revertía en todo el pueblo español. 57 En este orden de cosas, Jovellanos afirma: “España lidia por su religión, por su constitución, por sus leyes, sus costumbres, sus usos, en una palabra por su libertad”. M. G. de Jovellanos, “Carta”, en Gazeta de México , (8 de julio de 1809), 608. Palabras casi idénticas, pronunciará también Miguel Hidalgo, dos años más tarde, en la proclama para justificar su levantamiento. M. Hidalgo, “Proclama”, en E. de la Torre Villar, La Constitución de Apatzigán y los creadores del Estado mexicano , México, unam, 1964, 203.

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