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La ideología de las independencias – 385 – considerar que éstas alentaban discusiones que podían resultar políticamente peligrosas y que, en definitiva, se vinculaban con las interpretaciones clásicas castellanas del pactis- mo, al tiempo que lo hacían también con las del contexto reformado e, incluso, con la visión de un nuevo orden propugnado por la Revolución Francesa 49 . No parece que se haya tenido suficientemente en cuenta, en el proceso emancipador, la experiencia traumática que supuso el hecho de que los grupos dirigentes se vieran despojados de aquellos que, en gran medida, habían promovido y controlado los grupos de pensamiento más significativos en todas las amplias tierras españolas de América. Los diversos grupos oligárquicos tenían conciencia de haberse quedado huérfanos, por lo que se sentían llamados ellos mismos, por una parte a vengar la expulsión considerando al Rey y sus ministros como masones y volterianos y, lo que es más significativo, a dar el paso a la adultez. Ese rechazo del Soberano y sus Instituciones, con el paso del tiempo, derivará en el genérico hacia lo español. De todos modos, en este particular, seguimos encontrándonos ante interpretaciones opuestas y, posiblemente, en la conjunción de las mismas es donde se puede ofrecer luz 50 . Así las oligarquías locales, en los marcos académicos hispanoamericanos, donde las doctrinas populistas seguían siendo un referente, unidos al resto del pueblo sumamente religioso y abiertamente dirigido por el clero, se oponían manifiestamente a las supues- tas actitudes ateas y escépticas de las autoridades españolas. Por lo mismo, no se puede afirmar que el clero haga apología de la Revolución francesa, sino que la utilizará como argumento ideológico cuando le resulte de interés, igual que lo hará con el tiranicidio. Así ocurre en Nueva Granada, ejemplo de ello es el agustino Diego Francisco de Padilla o, en México, Manuel Abad y Queipo, deán de Michoacán, o el arzobispo de Charcas, Benito Mª. Moxó. Las palabras de este último en su Carta a los americanos , del 18 de septiembre de 1815, camino del destierro resultan especialmente elocuentes: 49 Un año más tarde, José de Ezpeleta, virrey de Nueva Granada, manda sustituir las lecciones de Derecho natural y de gentes, por las “Leyes del Reino”. Lo más sorprendente es que recomendaba como textos para las nuevas lecciones, entre otros, los de Diego de Covarrubias y Fernando Vázquez de Menchaca, que también eran expo- sitores del Derecho natural y, en el caso de Menchaca, con una clara autonomía de pensamiento. 50 Es el caso de Salvador de Madariaga, quien consideraba como segunda consecuencia de la independencia preci- samente la expulsión: “El segundo resultado fue sembrar a voleo por Europa miles de jesuitas hispanoamericanos que mal podían ser fervientes partidarios del Rey de España... Se ha discutido si eran de verdad hostiles al régimen español, pero no parece razonable negarlo... De entre estos jesuitas desterrados se sabe de cierto que se pronuncia- ron contra el régimen español Javier Caldera, Hilario Palacios, Salvador López y Juan de Dios Manrique de Lara, todos criollos, así como dos peninsulares, Andrés Fabrés catalán, y Cosme A. de la Cueva, asturiano. Pero los dos más activos fueron Juan Pablo Viscardo y José Godoy”. S. de Madariaga, El auge y el ocaso del imperio español en América , Madrid, Espasa-Calpe, 1979, 595-596. No dejaba también de ser cierto lo que afirmaba hace algunas décadas el prestigioso hispanista y jesuita Miquel Batllori: “Si no hubiera venido, desde fuera, la independencia de las colonias inglesas, la revolución de Francia y la invasión napoleónica en España, lo más probable es que los pueblos hispanoamericanos, antes de alcanzar su plena independencia, hubieran desarrollado un regionalismo cultural... para crear una cultura diferencial, base de su definitiva autonomía”. M. Batllori, La cultura hispano italiana de los jesuitas expulsos. Españoles - Hispanoamericanos - Filipinos, 1767-1814 , Madrid, Gredos, 1966, 578.
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