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PROYECTO SALMANTINO DE UNIVERSIDAD PONTIFICIA E INTEGRACIÓN. .. 129 la Cristiandad, intensificaban, también, el intento por hacerse presentes en los múltiples entramados sociales y culturales de sus reinos. Después del Cisma de Aviñón, era necesario restaurar una Cristiandad que respondiese a las características propias y peculiares de los nuevos tiempos, donde el incipiente humanismo iba tomando fuerza, lo que se reflejaba tanto en los ámbitos cortesanos, como en los académicos, también en nuevas preocupa– ciones e intereses. La convocatoria del Sínodo de Basilea, hecha por Martín V, fue bien recibida en Castilla, por lo que los intentos de Eugenio IV por anularlo generaron cierto descontento. Castilla tenía ya conciencia del papel que allí le correspondía. La lucha abierta entre el Papa y el Concilio creó también cierto malestar en la Corte castellana de Juan II. Eugenio IV busca contar con el apoyo del soberano de Castilla, frente a los planes de Basilea. Para el soberano castellano, el apoyo vendrá matizado a partir de sus propios inte– reses, entendiendo que Papado y Conciliarismo eran algo más que dos interpretaciones eclesiales enfrentadas. Por lo mismo, todo resultado esta– ría también matizado por los beneficios eclesiásticos que tenían lugar en la Corona de Castilla. Para Óscar Villarroel González, en el período com– prendido entre el Concilio de Siena y el de Basilea, quien se vería benefi– ciada sería la Monarquía. El apoyo castellano a los intereses pontificios podía pasar poco menos que por un apoyo moral a sus pretensiones, salvo en el caso del enfrentamiento con Aragón. Pero el Pontificado seguía teniendo muchos resortes para beneficiar a la Monarquía y mostrarle su apoyo: privilegios, concesiones económicas, con– cesiones beneficiales . . . 1 9. La tradición castellana, en este sentido, venía sustentada a partir de la soberanía popular, que se concretaba en las Cortes castellanas y que podía ser también entendida como un equilibro de fuerzas, al estilo de lo que proponía y pretendía el Conciliarismo, donde rey y pueblo tenían sus pro– pios derechos y deberes. En este sentido, la paradoja resultaba del hecho de que el Rey defendía, en el marco de la Cristiandad, las tesis conciliaristas, mientras que en el propio castellano, tendía hacia una interpretación de corte autoritario, donde la figura esencial y casi única era el Rey, como soberano. Esa supremacía del Rey, al mismo tiempo, se podía sostener por el hecho de que la jerarquía del reino castellano estaba fuertemente frag– mentada, por lo que el reparto del poder y su control era favorable al Rey. El interés de Castilla por estar presente en Basilea no respondía sólo a una preocupación que orientaba su mirada hacia la Cristiandad en la que, en un futuro, se podía abrir la progresiva construcción de una res publica christiana, sino que manifestaba también unos intereses particulares, que se 19 Óscar VILLARROEL GONZÁLEZ, El Rey y el Papa, p. 112.

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