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204 MIGUELANXO PENA GONZÁLEZ opción de levantar muros que, en el presente, no son de mampostería, sino de cemento armado. Nuestros muros han de estar asentados en la lucha por el encuentro y la comprensión del otro. La ética, en este sentido, supone la aco gida de aquel que tiene problemas, aquél que se encuentra en una situación ante la cual su vida vive la experiencia de la encrucijada y se expone al riesgo de la muerte, y quizás este detalle es olvidado con excesiva frecuencia. Presupone, además, la superación de todo tipo de fanatismo, intolerancia o dogmatismo, que Sartori expresará en los siguientes términos: “El grado de elasticidad de la tolerancia se puede establecer con tres criterios. El primero es que siempre debemos proporcionar razones de aquello que consideramos into lerable (y, por tanto, la tolerancia prohibe el dogmatismo). El segundo criterio implica el harm principie, el principio ‘de no hacer el mal’, de no dañar. Es decir, que no estamos obligados a tolerar comportamientos que nos infligen daño o perjuicio. Y el tercer criterio es obviamente la reciprocidad: al ser tolerantes con los demás esperamos, a nuestra vez, ser tolerados por ellos”18. La verdad es que me siento muy acorde con dicho axioma, pero al mismo tiempo me da miedo caer en la trampa que puede suponer el bloqueo ante la falta del necesario equilibrio. Nuestra apuesta ha de caminar en la búsqueda de opciones alternativas. Por otra parte, la política actual se ha especializado en enmascarar los problemas y las soluciones bajo un tinte de aparente cordialidad y buen hacer, que están encubriendo posturas a la defensiva, aunque de momento sea sin la construcción de murallas físicas19. Por otra parte, en temas tan complejos, en los que es preciso lograr un amplio consenso social, no se puede optar por políticas de bajo coste económico, sino que hay que preferir aquellos que, a futuro, plantean soluciones más coherentes. La opción ética, supone también renunciar, como ya hemos indicado al principio de nuestra reflexión, a todo tipo de distinción que aleje de la equidad: ni machismo, ni género, ni color, ni etnia, ni religión. Esto parece algo evidente, pues es claro que no basta con la voluntad de integración sino que se impone caminar progresivamente hacia ella. El problema lo encontramos a la hora de proponer el límite a partir del cual no es posible seguir cediendo. Sólo queda 18 Ibid., pp. 42-43. 9 Sólo tenemos que recordar cómo en los enfrentamientos del mes de octubre pasado en Melilla, la vicepresidenta del gobierno, a la hora de hablar del reforzamiento de la valla hablaba de la colocación de una sirga tridimensional. La situación parece suficientemente elocuente, aunque nos las encontramos de idéntico calado en todos los grupos políticos, sin tener en cuenta si son de derechas o de izquierdas. Por otra parte, la cuestión ha quedado todavía en mayor evidencia desde el momento en que el gobierno marroquí ha impedido los trabajos de instalación, por considerar a las dos ciudades autónomas como territorio soberano de Marruecos. Al final, los fanatismos es lo que más pesa, o los enfrentamientos en razón del color político, olvidando que muchos de los que intentan traspasar las vallas y controles están huyendo de la hambruna y la muerte sin alternativas.
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