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LA FAMILIA: ALTERNATIVA VERAZ 203 concreta, lo que es lo mismo que afirmar que la ética de las intenciones sólo tiene cabida cuando afecta al ámbito de las decisiones personales, lo que argu menta en estos términos: “La ética de las buenas intenciones tiene su legítimo espacio en la moralidad individual y en la predicación religiosa, pero que se convierte en una ética inaceptable e incluso inmoral en el espacio ético-político. Porque rechazar la responsabilidad por los efectos de nuestras acciones es verda deramente demasiado fácil e, insisto, inmoral. En las decisiones individua les cada cual decide por sí y para sí. Es cierto que también las decisiones que tomo hacia mí pueden tener consecuencias para otros. Pero no tanto, dado que aquí entra el principio limitador de que mi libertad no debe perju dicar la libertad del otro (y viceversa). En cambio, la política ‘colectiva de las decisiones’ (Sartori, 1987, pp. 214-216). En política las decisiones se toman para todos sólo por los políticos. Los ciudadanos (y aún más, obvia mente, los súbditos) están sometidos a decisiones tomadas por los que están en las alturas para ellos. En política, entonces, no soy yo quien decide por mí, sino otros (unos pocos otros) los que deciden sobre mí. Y en ese caso es verdaderamente crucial que los políticos ‘actúen responsablemente’ teniendo en cuenta los efectos de sus actos. Pero esta situación se da sólo en el contexto de una ética de las consecuencias y no se da —diría que por definición— en el con texto de una ética de las intenciones. A la luz de la ética de los principios el político que produce desastres se queda tan tranquilo. Su defensa es: mis principios y mis intenciones eran buenos, y yo respondo sólo de su pureza. ¿Demasiado cómodo? Sí. Pero es peor que eso. Es que la ética de las intenciones aquí demuestra ser una ética de la irresponsabilidad”7. Estas ideas estaban basadas en tres criterios, que él considera como cru ciales y sin los que es imposible comenzar a entablar un posible diálogo. La superación de estos criterios es, sin lugar a dudas, un punto de partida: 1. Negación del dogmatismo. 2. Libertad personal, y encuentro con la del otro. 3. No se puede ser tolerantes con la intolerancia. Pero no cabe duda que la cuestión no puede quedar ahí, sino que hemos de ir al fondo del problema, y el planteamiento más radical es que estamos obli gados a entendernos, aunque sólo sea por la distancia física que nos separa. A no ser que optemos, como aquellos que viven todavía en la Edad Media, por la 17 G. SARTORI, La sociedad multicultural. Pluralismo, multiculturalismo, extranjeros e islámi cos, Madrid 2003, 3 ed., pp. 199-200.

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