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– Llegada a La Habana Su vida comienza a ser pública desde julio de 1681, momento en que llega al puerto de La Habana. Lo que debía ser una breve estancia se convirtió en un acontecimiento sin- gular y sin parangón con los que se habían vivido hasta aquel momento en aquellas lejanas tierras. Su llegada era algo oca- sional, consecuencia de las rutas marítimas comerciales que comunicaban las provincias de ultramar con la península, teniendo en esta ciudad el punto principal de enlace. Es aco- gido en el convento que la observancia franciscana tenía en aquel importante puerto y, ante la demora de la llegada del patache, se dedica al ministerio de la predicación y la reconci- liación. Enseguida su nombre comienza a ser conocido en toda la ciudad. La predicación y la confesión eran los medios más eficaces, al alcance del capuchino, para intentar hacer caer a todos en la cuenta de la ilicitud de la esclavitud de los negros. Más allá de ser un simple recurso, se trataba de una obligación de conciencia que para él no ofrecía duda. De todo el proceso emprendido contra el misionero años más tarde se deduce que fue recorriendo las rutas negreras, posiblemente con la intención de conocer con más detalle todo el mundo de la trata. Visita Cumaná, las islas Barbados… No se conforma únicamente con esto, sino que todavía da un paso más, negando la absolución sacramental “ a los que no prometían darles luego la libertad ” 1 . Su actitud suma- mente profética provocó un fuerte desasosiego en los hacen- dados y peligro de revueltas entre la población de color. De manera más concreta para él, le supuso ser automática- mente expulsado del convento de San Francisco. Por otra parte, la empresa realizada durante estos días por el misio- nero aragonés estaba también centrada en formular por escrito una breve resolución en la que se pudiese justificar la mezquindad de las prácticas y abusos cometidos contra los esclavos negros. Para este trabajo la estancia en el convento de San Francisco le facilitaba los medios necesarios. Casualmente conoce al también capuchino Epifanio de Moirans, que se encontraba en la isla a la espera de embar- cación que le trasladara a Europa. Entablan amistad y comienzan a vivir juntos en una ermita a las afueras de la villa, en el Cristo de Potosí. Ambos misioneros parecen coin- cidir en sus ideas y comprensión del problema. Desde este momento, la vida de los dos capuchinos comienza a caminar de forma paralela, teniendo que pasar por infinidad de incomprensiones y abusos, dándose además una perfecta empatía entre ambos, defendiendo y luchando por idénticos intereses. Desde aquel lugar algo distante y, por lo mismo, menos controlado se lanzan a una predicación de talante eminente- mente profético que no dejará a nadie impasible. Así aparece descrito en el proceso que se incoará posteriormente contra ellos: Desde la dicha ermita del Santo Cristo, salían a predicar a los ingenios y estancias comarcanas, y que predicaban que los esclavos que se tienen en esta ciudad e isla debían ser libres, porque son mal habidos por no serlo en buena gue- rra, y que dicha predicación la hacían públicamente, de tal forma que causaba escándalo de que se pudiera temer algún levantamiento, en los esclavos movidos de la doctrina de dichos padres, en que les daban a entender que son libres 2 . – Sometido a la fuerza Como era de suponer ante tales antecedentes, su estan- cia en aquel lugar no gozará de tranquilidad por mucho tiempo. De día en día, notan cómo la fuerza de la ley, por medio de distintos artificios, les iba acortando el terreno y la capacidad para dedicarse a la tarea que habían emprendido. Después de diversos tira y afloja, el 3 de diciembre de 1681 se les declara sin facultades para predicar y confesar, siendo forzados a recluirse en el hospital de San Juan de Dios. Desde allí utilizan todos los recursos a su alcance para hacer valer sus derechos, así como los de los esclavos, mante- niendo en todo momento una actitud firme y tajante, con lo que la situación se convierte en algo insostenible, por lo que no se podía esperar más que un trágico desenlace. La solución viene con el traslado de los misioneros, a mediados de enero, a manos del gobernador, quien manda recluirlos en los castillos de la Fuerza Vieja y Punta. La sen- tencia tenía un carácter tajante y definitivo. Después de este incidente, que debió de tener una gran trascendencia en la vida de aquella ciudad, los aconteci- mientos vividos por los misioneros vuelven a ser una incóg- nita. La vida del aragonés debió de ser la propia de cualquier prisionero de la época, sometida a fuertes padecimientos y grandes penurias. Dicha limitación no le arredra ni le hace ceder en sus principios y posturas, manteniéndose firme en todo momento y pareciendo que tal circunstancia le confirma todavía más en sus intuiciones. Inmediatamente comienza el proceso, recogiendo los testimonios de todos aquellos que se han visto implicados en él y pueden ofrecer algún dato de interés que enviar al Consejo de Indias. El aragonés, ante las presiones, se mantiene firme en su postura de no reconocer ROLDE 116 _ 6 1. D. Francisco de Soto Longo al rey Carlos II (3-7-1682) , en Archivo General de Indias [en adelante, AGI], Audiencia de Santo Domingo , leg. 527, f. 5r. 2. Testimonio de Autos llevado a cabo en La Habana contra Fr. Francisco José de Jaca y Fr. Epifanio de Moirans (27-6-1682) , en AGI, Audiencia de Santo Domingo , leg. 527, f. 33r.

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