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8 Miguel Anxo Pena González Corintios XIII n.º 145 necesario insistir. Quiere pastores, no simples académicos, que estén volcados en la tarea del apostolado como servicio al pueblo. Su propuesta es un constante equilibrio, llegará a afirmar que «si quiere la Iglesia tener buenos ministros, con- viene hacellos». Y, si realmente quiere hacerlos, «ha de proveer que haya edu- cación de ellos, porque esperarlos de otro modo es grande necedad». Cuando está proponiendo esto al Concilio él ya cuenta con la experiencia de aquellos que se han ido formando en las diversas escuelas promovidas por él. Para ello había cuidado también de que los que se educaran en los colegios tuvieran vo- cación y fueran hombres maduros, capaces de asumir la tarea que les sería en- comendada. Que no estuvieran muy preocupados por su estatuto, sino por el servicio que habían de prestar. Plantear las cosas desde estas claves, como ya hemos señalado, suponía ante todo una reforma desde el corazón de la propia Iglesia, interior y profunda, que implicaba en primer lugar a aquellos que iban a ocupar un papel público y visible que, en razón de sus propias actitudes, podría atraer o alejar a otros. Estaba convencido de que «el mandar es cosa fácil y sin caridad se puede hacer», pero, precisamente, su propuesta era hacerlo desde el sentido más auténtico del cristia- no, a partir del amor, como expresión radical de toda la vida. Esa relación que él propone e intenta promover es de una profunda intimidad, una experiencia direc- ta de estar con el Señor. Mientras para otros la preocupación estaba en responder y atajar las he- rejías, la suya era llevar a los hombres al amor de Dios, a vivir esa experiencia. Por otra parte, hay que reconocer que no es una novedad el crear instituciones educativas, pero sí la gestión y proyecto educativo interno que él propone. Un proyecto que comentaba considerando que una «vida sin mendicidad y riquezas, que es la más segura para los que no son perfectos», precisamente porque en los dos extremos se encuentran límites. Un año más tarde, en 1554, debido a su quebrantada salud, decide retirar- se definitivamente a Montilla, en una sencilla casa que le habían cedido los mar- queses de Priego, y en la que permanecerá ya hasta el final de su vida. Los ejes de su vida, a partir de este momento, serán la oración, el estudio, el confesonario y la predicación. Será el momento en que, con gran lucidez y discreción, se dedique a concluir algunas de sus obras, al tiempo que se consagra al ministerio episto- lar. Desde la distancia mantiene una mirada constante hacia los quince colegios y obras educativas que había fundado, que gozarán de sus atinadas intuiciones y reflexiones. Es interesante a este respecto poner en evidencia que su proyecto educa- tivo, aun siendo paralelo al de San Ignacio, era algo claramente diverso. Si los cole- gios de la Compañía respondían a un proyecto que San Ignacio había descubierto

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