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miguel anxo pena gonzález 112 En su sentido originario el término universitas no se aplicaba, de manera específi- ca, a las instituciones de enseñanza, sino que se refería a cualquier órgano corporativo con derechos legales. La evolución progresiva irá reservando a la educación superior esa condición singular, que se refería a una manera de abordar el acercamiento a la ciencia. De esta manera, París se convierte en el gran centro de renovación teológica, que atraía a una ingente masa de estudiantes curiosos y, al mismo tiempo, ansiosos de lo novedoso. Por lo mismo, en la medida en que crezcan los estudiantes lo harán también los maestros, lo que pone de manifiesto, en 1207, Inocencio iii cuando reco- noce la necesidad de una multiplicidad de maestros, al tiempo que impone el límite numérico de ocho en Teología, pero previendo ya que pudieran ser más: puesto que señala, a excepción de que las necesidades requiriesen un número mayor 5 . 2. Las Órdenes Mendicantes Al lado del monacato tradicional, determinado por san Benito, la aportación más novedosa de la vida religiosa de la Baja Edad Media son las Órdenes Mendicantes. Aunque el viejo tronco benedictino seguirá floreciendo en los siglos xiii y xiv con una serie de nuevas familias monacales, cargadas de cierto vigor y esplendor, no cabe duda que, progresivamente la institución monástica experimenta un fuerte declive. Se iba produciendo un fuerte desfase con los signos de los tiempos. Uno de los ele- mentos que más intervendrá en este cambio de realidad será el auge de la vida urbana, que dejaba a lo monjes un tanto aislados y desconectados de la vida que se vivía en las ciudades. El sistema feudal, dentro de cuyo engranaje el abad era con frecuencia tan mundano como otro señor cualquiera, acaba por deteriorar el clima reinante en muchos monasterios. Al mismo tiempo, la preferencia por candidatos provenientes de la nobleza, imposibilitaba, frecuentemente, el acceso de otros más vocacionados y originarios del pueblo sencillo. Por otro lado, los cambios socioeconómicos del siglo xiii influirán negativamente en la economía de los monasterios, de igual manera que tampoco ayudará la fiscalidad que Roma aplicaba sobre los mismos. El sistema de autogestión, que había sido una de las características propias de la vida monástica en Occidente, mostraba también ahora dificultades por el crecimiento de las poblaciones urbanas. Así, las Órdenes Mendicantes pasan a ocupar un lugar más acorde con el momento histórico y político. Mantendrán una actitud crítica y exigente ante el sistema religio- so-social imperante en la Cristiandad medieval. Esta contestación había cristalizado en una serie de movimientos pauperísticos laicales que, con su doble proyección so- cial y religiosa, ejercerían un enorme impacto en el pueblo. La Iglesia ensayó primero la táctica de condenarlos como herejes; tal es el caso de los valdenses y cátaros. Pero otros movimientos se mantuvieron dentro de la ortodoxia, por lo que la Iglesia los 5 Cf. Innocentius iii , «Sicut expedire credimus (14. xi .1207)», en H. Denifle (ed.), Chartularium Univer- sitatis Parisiensis , t. i , Parisiis: Ex typis Fratrum Delalain, 1889, 65, §. 5.

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