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miguel anxo pena gonzález 140 La definición propia de la corporación académica, a partir de la base de la exen- ción del juramento en el Estudio, por parte de los Mendicantes, tal y como había definido el papado, resultaba una situación manifiestamente anómala que, necesaria- mente tenía que generar conflicto. No parece lógico que se formara parte de una cor- poración jurada, sin someterse al voto público. Era una ataque directo a la estructura específica de la corporación de los maestros. Al mismo tiempo, era necesario también tener en cuenta otros elementos, como es el caso de los preciosos servicios que los Mendicantes ofrecían a los diversos com- ponentes de la corporación académica, no sólo por medio de una enseñanza particu- larmente cualificada, que conferirá un prestigio notable al Studium Generale de París, sino también lugares estables para la enseñanza, que pasan a unirse a los ya existentes, pero que seguían siendo bastante precarios. En este sentido, las espaciosas iglesias y los claustros de las nuevas Órdenes estaban abiertas a las reuniones diversas que los miembros de los centros académicos requerían, en la mayoría de las ciudades univer- sitarias. Los Menores y Predicadores acogían en sus instalaciones a la asamblea de la corporación en sus formas y articulaciones posibles, poniendo en evidencia también el ser parte de la misma. La organización educativa de los Mendicantes siguió siendo esencialmente autó- noma y distinta de la del Studium Generale , aunque el tipo de enseñanza se equiparó, en cuanto a profundidad y modernidad. En el siglo xiv casi todos los pontífices, así como buena parte de los cardenales fueron doctores o licenciados en derecho –civil o canónico– por algún Studium Gene- rale , especialmente de los franceses. Esta realidad se completaba con el hecho de que durante los siglos xiv - xv un número creciente de graduados entra al servicio ya no de la Iglesia, sino del poder laico 71 . Como señala J. Verger, «Desde el siglo xv muchos universitarios estaban persua- didos de que la universidad, corporación autónoma y prestigiosa, luz de las ciencias teológicas, fundación inmemorial y por así decir, de derecho divino, había logrado una plena autonomía, una función importante en la Iglesia y el Estado» 72 . Los maestros y bachilleres mendicantes, plenamente insertos en la vida académi- ca, corrían el peligro real de uniformarse a las costumbres de los seculares. Es la rea- lidad que se puede constatar en relación a la obtención de los grados. Precisamente por ello, a partir de 1330, se intenta poner freno a este hecho, evitando todo gasto excesivo y superfluo. El mismo ejemplo del minorita Ubertino de Casale sirve para evidenciar las fuertes críticas que se desarrollarán contra los privilegios de los que, de manera amplísima, se valdrán los intelectuales dentro de las Órdenes. Por tanto, incluso en los grupos espirituales franciscanos, no se trataba tanto de una crítica a la 71 Cf. J. Verger, «Sul ruolo sociale delle università: la Francia tra Medioevo e Rinascimento», en Qua- derni storici 23 (1973) 327. 72 J. Verger, Gentes del saber en la Europa …, o.c., 340.

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