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dominicos y franciscanos en las universidades medievales 139 teológica– hubiese pedido su incorporación, requería estar revestido de una posición relevante o haber desarrollado una actividad significativa en la enseñanza académica 70 . La entrada en las asambleas de los académicos llevará a que la competencia doctrinal sea una ventaja en las discusiones conciliares, aunque ésta era una realidad que estaba ya presente, particularmente desde el siglo xii , por medio de los representantes de las escuelas catedralicias, de los teólogos pre-escolásticos y los expertos en derecho canónico de los monasterios que participaban con toda normalidad en los sínodos. Por su parte, Martín v cuando convoca el Concilio de Basilea, dirige también la invitación a los Studia Generalia . Al mismo tiempo, es interesante ver cómo aquellos que reciben la invitación para participar, exhortan a las diversas academias a que se hagan presentes. En este sentido, cuando un Estudio aceptaba la convocación, la asamblea plenaria de la misma debía nombrar una delegación. Para ello, los maestros eran dispensados de la enseñanza y la Academia estaba obligada a sostener sus gastos. No cabe duda que, las academias aprovecharán el momento, facilitando dinero a sus delegados, para que lograran de la Curia todos los privilegios posibles, por lo que, en la práctica gran parte de su actividad se centraba en la concesión de beneficios, y no en los trabajos conciliares. No se puede olvidar que la elección por parte del Estudio, podía traer también sus dificultades cuando el príncipe del propio territorio tenía una orientación política, que no era la defendida por la mayoría de los maestros. A favor de la participación surgía no sólo la obediencia en la confrontación con el Papa, sino el interés intelectual por las decisiones que se pudieran tomar y, también, por la necesaria y adecuada reforma de la Iglesia. Una intervención, por otra parte, no dejaba de ser la oportunidad para que se abrieran posibles caminos, en el marco de la Curia romana, así como en alguna de las múltiples autoridades reunidas en el aula. 4. Conclusión Hasta el final de los años treinta es frecuente la asistencia de los seculares a las escuelas mendicantes, y viceversa. Se trataba de un rico intercambio cultural y de instrucción, que caracteriza las relaciones del ambiente académico y del mendicante. De manera progresiva, la asistencia de estos últimos fuera del contexto conventual se irá progresivamente limitando, llegando casi a su extinción, en la medida en que las enseñanzas –de diverso tipo y grado– se van organizando en los propios conventos mendicantes. Se puede considerar que, de manera global, la confrontación entre seculares y mendicantes fue profundamente rica, ayudando a la producción intelectual y científi- ca de aquel momento. Por otra parte, como pone de manifiesto la crónica de fray Sa- limbene de Adam, el eclesiástico, ya fuera secular o regular, debía ser útil a la Iglesia; y para ello era imprescindible que letrado. 70 Cf. J. Miethke, «Le università e il concilio di Basilea», en Cristianesimo nella Storia 32 (2011) 14. A esta idea se acercaba la definición que daba el propio Guillermo de Ockham acerca de qué era un Concilio: «Concilium generale non videtur esse aliud quam congregatio aliquorum qui vicem gerant totius christia- nitatis».

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