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Miguel Anxo Pena González 388 La idea general que quiere defender es que no hay lugar para la escla- vitud en el cristiano. Para ello sitúa lo que considera como los argumentos teológico-morales más consistentes. Comienza, por el de autoridad que son las pruebas de la Escritura. Tiene presente que si los africanos, antes de ser cristianos, no eran esclavos, con menor razón lo pueden ser cuando forman ya parte del pueblo de Dios. Entendería, por tanto, que el argumento de la guerra justa tendría validez con anterioridad al mensaje evangélico. Al mismo tiempo, hace evidente que cuando san Pablo habla de siervos no está enten- diendo esclavos según la ley romana, sino que está refiriéndose a aquellos que se encuentran en el camino de la fe. Concluido este primer principio analiza la injusticia en las acciones y, para hacerlo más patente por medio de las prácticas mantenidas por los cristianos, cree conveniente compararlas con distintos grupos que son referencia para toda la sociedad: el ejemplo del pue- blo de Israel, donde no se podía esclavizar por más de siete años, cumplién- dose para ello los requisitos prescritos en la ley: urgente necesidad, pobreza, voluntad propia y ausencia de violencia y, al mismo tiempo, el ejemplo de los prosélitos, que una vez que se casan dejan de ser dos para convertirse en uno solo. Propone también el ejemplo de los naturales de Indias, que eran llevados a las minas de manera violenta, «como es común y consta» 40 ; contra toda la legislación existente. Por si esto no fuera suficiente elocuente, considera que la libertad es la condición propia y peculiar del cristiano, por lo que se ha de devolver la libertad de los africanos, para que se muestre de manera veraz su ser como hijos de Dios y de su Iglesia 41 . Esto lo defiende desde el derecho y la teología: con una serie de títulos elocuentes que comenta en un discurso barroco: «Par- tus ventrem sequitur»; títulos de esclavos entre cristianos; la Iglesia quiere a todos sus hijos libres; en Cristo no cabe ignominia de esclavos; la libertad del cristiano: herencia de Cristo; y, libres por ser hijos de la Iglesia. Así, después de presentar su visión acerca de la libertad, a modo de respuesta, obtiene dos criterios con los que evaluar las distintas situaciones y posiciones. Son los cri- terios de piedad y de caridad. Entendiendo que, desde una actitud cristiana, la piedad como criterio se ve completada por la caridad. De esta manera, la condición del cristiano complementa la condición humana. Teniendo presente que la esclavitud de los africanos es ilícita y, en razón de los criterios señalados, deduce que no hay justificación alguna para que se siga manteniendo la esclavitud, por lo que tampoco sirve el recurso a afir- mar que ya es costumbre asentada. El planteamiento lo explica recurriendo 40 Resolución II, §. 6, 24. 41 Acerca de la esclavitud y la Iglesia, Cf. J. Andrés - Gallego - J. Mª García Añoveros, La Iglesia y la esclavitud de los negros, Pamplona 2002; J. Andrés-Gallego, La esclavitud en la América española, Madrid 2005. Esta última sin mucho matiz y sin recurrir a las últimas fuentes publicadas.

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