BCCAP000000000000089ELEC

E L libro del Apocalipsis ha sido uno de los medios más recurridos, a lo largo de la hisro– ria, para dar respuestas a las preguntas exis– tenciales que el hombre se ha ido planteando. En él se entrecruzan infinidad de símbolos e imágenes que han de ser descifrados para poder comprender el mensaje. La tradición hispana también se ha sumado a esta tarea, y lo ha hecho de diversas maneras; ejemplo característico es la honda tradición de los comentarios hechos por los beatos. Pero, en una época como la medieval, los beatos estaban destinados al disfrute de un grupo muy reducido y selecro; la inmensa mayoría no conocía su existencia y ni siquiera sabía leer. La tradición socialmente más popular del Apocalipsis se impuso por la plástica, ·por el arte. Ésta sí era una lec– tura asequible para todos los hombres y en la que podían seguir una catequesis que les ponía en perfecta sintonía con el mundo en que vivían. Acercarse o entrar al templo era penetrar en un lenguaje visual que acariciaba los sentidos del creyente y le ponía en cami– no hacia el más allá. La lectura explicada en los pórticos, en las columnas, en los atrios del Medievo, sigue presente y válida tam– bién para nosotros hoy. Partiendo de este principio, nos 'acercamos al Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, pero lo podríamos haber hecho a cualquier otro cargado de esta simbología: Orense, Tuy, Estella... 1. Los pórticos del Apocalipsis A lo largo de toda la iconografía del Camino de Santiago, la figura del apósrol Santiago ocupa un lugar preferente. En Compostela, meta del camino, lo encontramos represen– tado como el señor en su trono, portando en una mano Pág. 50 el libro de la vida (Ap 3,5) y, en la otra, una vara d1 medi r (Ap 11, 1). Será el señor Santiago, el que h~ sufrido el martirio a causa del Evangelio, el que h11 guardado la Palabra del Señor y no ha renegado de Sii nombre; el que es digno de p resentarse ante la puerh y ser guardián de los que entran en el santuario y tic111 en su mano el abrir y cerrar las puertas de la vida, y que en su mano está el libro de la vida (Ap 22,14). El maestro Mateo, como hombre de su tiempo, 111 hace una lectura ordenada del libro del Apocalipsi~ sino que va haciendo uso de aquellos elementos e im1 genes que facilitarán la comprensión a los espectadort que lleguen al pórtico. Será en estos elementos dond nos detengamos. 2. Uno sentado en el trono (Ap 4,2) E S el Hijo del hombre que retoma de la prol1 cía de Daniel (Dn 7,13), aquel que "nos an1~ y nos ha lavado con su sangre" (Ap 1,5). 11 Salvador se encuentra sentado en una silla d majestad que, por ser propia del rey de reyes, e~I rematada en su parte superior con un dosel corornuh por dos ángeles turiferarios (Ap 3,5). Las patas de 1 silla son dos garras de león, con todo el sentido qu tiene el triunfo del león (Ap 5,5). Desde su actilt11 sedente, con brazos extendidos muestra las llagas "I peregrino, aquel "que vive; estuve muerto, pero ahor estoy vivo por los siglos de los sig los y tengo las llav de la Muerte y del Hades" (Ap 1,18). El Señor, en• manifestación gloriosa como ser eterno, muestra, d esta manera, su dominio absoluto en lo temporal fuera de lo temporal. Esto tiene un significado espeu ·recordando que la obra mateana fue construida en Medievo, donde la actuación y presencia de Dios en 1 historia las viven, de una manera concreta y palpahl todos los hombres.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz