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en otro tiempo, fueron construidos templos paganos. Los monstruos son aplastados, igual que fueron aplastadas las bestias en el Apocalipsis de J uan: "Y el Diablo, su se– duccor, fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde están también la Bestia y el falso profeta, y serán ator– mentados día y noche por los siglos de los siglos. La Muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego -este lago de fuego es la muerte segunda-, y el que no se halló inscri to en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego " (Ap 22,10.14s). Es la conciencia de un pueblo medieval cotalmente teocéntrico que le lleva a desarro– llar una escatología de justicia divina. "Vi un nuevo Cielo y una tierra nueva" (Ap 21,1). Como hemos podido notar en el desarrollo de la descripción de la obra, no se traca únicamente de una contemplación estática, sino que en el mismo grado de importancia se encuentra el peregrino. Éste, admirando la obra, es capaz de dar sentido al esfuerzo que ha supuesco llegar a Compostela, la nueva J erusalén (Ap 21,2). Para llegar hasta este lugar de encuentro con el Señor, ha sido preci– so asumir en la propia vida las categorías evangélicas, hacerse fuerte en la libertad evangélica que ayuda a cons– truir y superar, experimentar en la propia vida aquello que tan plásticamente aparece representado en el pórtico: las tentaciones. El peregrino del Medievo se ha sentido llamado a orar anee la tumba de aquel que fue discípulo del Maestro, y para ello precisa una fe auténtica, profunda, capaz de ponerlo en actitud de peregrino. Un talante penitencial que se prolonga y sirve por los siglos, obligando al hom– bre a dar una respuesta personal y profunda con la propia vida. Por lo mismo, no precisa simplemente una peni– tencia impuesta, a cumplir por uno mismo o enviando a otro en su lugar, sino que tiene necesidad de la decisión personal, recreando la propia vida y convirtiéndola al Pág. 58 Señor. El mismo camino va modelando al peregrino, l<· va mostrando los secretos de Dios, que le acercan a su Gloria (Ap 21,11). El caminante podrá contemplar esrn gloria de Dios en roda su g randeza al llegar a la basílica, anuncio escatológico de la vida futura. El peregrino, siguiendo el ejemplo del apóstol, es al lle· gar a la basílica uno de "los que vienen de la gran tribu· lación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero" (Ap 7,14). Han superado l:i prueba que les estaba preparada y pueden contemplar la representación apocalíptica. A cada uno de estos peregri nos que durante siglos han llegado a Compostela e~ quienes miran con esa sonrisa agradable Daniel y Juan, acompañados por el apóstol. El apóstol ya no utilizaní únicamente la vara de medir para calcular las dimensio nes del santuario, sino que mide la vida, las obras buena' que el caminante lleva a sus espaldas, como fiel resrimo nio de su entrega a Dios. Él los pone en comunicaci611 directa con el Salvador (Ap 7,12). Es la vida de cada uno de los peregrinos, por lo que los veinticuatro ancianos SI preparan para entonar el cántico nuevo. El camino dr Santiago no se convierte únicamente en un punto de lk gada, sino que es punto de partida para codo peregrino Posteriormente, son enviados a anunciar y dar testimo nio de lo que han visco y oído. El inicio del camino se convierte al llegar a CompostclQ en el comienzo de una nueva forma de vivir, superando rodas aquellas realidades que no son dignas de un disd pulo del Señor. Porque "ésta será la herencia del venct dor: yo seré Dios para él, y él será hi jo para mí" (A¡ 21,7). Es el gran regalo de entrar a formar parte de es11 miríadas de miríadas purificados que, día y noche, can tan ante el trono del Cordero (Ap 5,12). El peregrino convierte en uno de esos hombres desnudos que, desde rl arco de la derecha, acceden al trono.

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