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74 MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ podemos dejar de lado que, significativamente, había ya un fuerte cambio de actitudes; se trataba de los dos primeros nombramientos vinculados a cédulas reales por orden del Consejo Real y que no provenían del entorno académico con su autonomía e independen- cia clásica. Los dominicos recuperaban una hegemonía que ya no tenían, mientras que los agustinos perdían el espacio que les correspon- día en las cátedras probatorias, al tiempo que entraba en juego una nueva Orden, que anunciaba otras fuerzas menores, que sería preciso empezar a tener en cuenta. Era también el anuncio de que aquello no funcionaría por mucho tiempo, máxime cuando los inte- reses del Consejo Real no tenían nada que ver con los de los estu- diantes, ya fueran manteístas, colegiales o regulares. En este estado de cosas, la Compañía de Jesús logra en octubre de 1603, después de una larga disputa, explicar en dos generales de la Universidad y, aunque no participan de ninguna de las estructuras de gobierno universitario, su ascendencia cada vez es más significativa, lo que iba en detrimento de las Órdenes tradicionales, al tiempo que las enemistaba todavía más. Meses antes, el rector del Colegio de la Compañía había presentado sus razones, que se podían resumir en la posibilidad de que todos pudieran enseñar en algún general: “Y para evitar cualquier ocasión de encuentros, pesadum- bres y dificultades que podrían recrecer y para mostrar más a V. S. el deseo que tiene de abrazar todas las Religiones, que será importantísimo el añadir que, si alguna le faltare general cómodo, se lo proveerá la Universidad porque, sabiéndose que a ninguna Religión ha de faltar general, no habrá quién por respetos particu- lares quiera inquietar al que hubiere comenzado a leer en algún general. Y no se puede temer que las tales Religiones envíen a leer a Escuelas algunas personas menos suficientes, pues obligándo- les, como se ha tratado de que a las tales lecciones traigan a oír a los estudiantes religiosos que tienen en sus casas, queda con sólo esto obligada cada Religión, que quisiere gozar de este beneficio público, de enviar al lector más docto que tuviere, pues tal le suele escoger siempre cada Religión para la enseñanza de los suyos” 38 . La situación no cabe duda que era desigual, no sólo por parte de los jesuitas, sino que todos intentaban encontrar un espacio de diferenciación, respecto al resto, que era la que constantemente iba desarrollando las distancias. Los jesuitas, tenían ya asegurado 38 Ibid ., f. 45r.

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