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zación social en los Cabildos abiertos, aunque éstos casi siempre con un carácter oligárquico. No menos significativo es el papel de la Iglesia 118 . Así, si hasta aquel momento las élites habían generado la imagen de un enemigo común en la España peninsular, pasada la frontera de 1810 se comienzan a poner de manifiesto también las diferencias regionales. Creemos que este hecho marca una profunda diferencia, en la que enten- demos ver que la Independencia era ya una ida sin retorno, en la que aquello que se había defendido vuelve a ser un lugar común: la búsque- da del espacio de protagonismo personal por parte de esos patricios crio- llos que se habían alzado y que ahora comienzan a crecer a gran velocidad. Así, aquello que les había identificado a todos, la Nación , evo- luciona a gran velocidad, desarrollándose un contenido moderno del tér- mino, surgiendo nuevas y múltiples naciones. Éstas eran el fruto de la conclusión del pacto entre los pueblos. No se trataba ya sólo de una inter- pretación política de la nación, sino también cultural, que releía el pasado mirando a un futuro independiente. «Una sociedad nueva, cuyo edificio empiece por los sólidos cimientos del derecho natural, y concluya con la más perfecta armonía del derecho civil, arruinado al mismo tiempo el gótico alcázar construido a expensas del sufrimiento y de la ignorancia de nuestros antepasados…» 119 . Miguel Anxo Pena González Universidad Pontificia de Salamanca 48 Miguel Anxo Pena González 118 Cf. D. Ramos, España en la Independencia en América, Madrid 1996, 144. 119 A. de Moya Luzuriaga, Catecismo de Doctrina civil (Cádiz 1810), in: Cateicsmos políticos españoles arreglados a las Constituciones del siglo XIX, Madrid 1989, 51-52.

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