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Miguel Anxo Pena González 80 ISSN 1540 5877 eHumanista 29 (2015): 72-91 tación. Había en todo ello una continuidad y evolución respecto al concepto de hombre, identificado con el ciudadano, por medio del Derecho Romano y la ampliación ahora a los naturales como hombres completos. El referente final de esta realidad vendrá ya a finales del siglo XVI, cuando se prohíban definitivamente las conquistas armadas – excepto para algún grupo particular muy belicoso–, algo que era fruto de los cuestiona- mientos formulados por los misioneros, conjuntamente con los profesores salmantinos, y por los interrogantes fuertes y legítimos presentados a Carlos V y Felipe II que harán que el emperador promulgue las Leyes de Indias. 20 Se trataba de la vinculación a un Estado, que contaba con una cabeza y unas le- yes definidas, por lo que todo tenía que ordenarse a partir de esos principios generales y universalmente válidos. En la conciencia, además, de que había que atraer a los natura- les a la salvación, como idea fundamental y última. Lo que suponía de facto la declara- ción de una organización social cristiana que no era sólo la recuperación de unos cono- cimientos y de un modo de pensar y actuar, sino también asumir un concepto de verdad no impuesta a la fuerza, pero que debía ser aceptada en su totalidad. Se trata, en defini- tiva, de reconocer los límites que tenía una fe concreta en un espacio determinado, don- de aquellos que eran sus emisarios no podían renunciar a unos marcos culturales deter- minados. Frente a un Humanismo clásico, que se sustentaba en un mundo singular para un pequeño grupo selecto, la opción de un Humanismo cristiano, en razón de su carácter eminentemente práctico, suponía una apertura y oportunidad para todos los hombres, puesto que la conciencia del cristianismo era que Jesucristo había traído la salvación para todos los hombres, por lo que se sentían fuertemente impelidos a lograr esa ade- cuada organización social. El detalle tenía también sus consecuencias, pues deducía una nueva manera de pensar la organización socio-política de la cultura clásica; algo que podemos expresar con un juego de palabras de Silvio Zavala, cuando habla de ―servi- dumbre natural y libertad cristiana‖. 21 En este sentido, la propia encomienda era una crítica directa a una esclavitud encubierta que quería ser controlada y erradicada; para ello se propondrá un modelo que, desgraciadamente, no tendrá los resultados deseados, puesto que pronto perderá su sentido más genuino. Con todo, la posición práctica lide- rada en la Nueva España contará con una argumentación teórica que no sabrá de fronte- ras y límites, puesto que será elaborada aquende y allende los mares. A ella colaboran figuras tan diversas como Francisco de Vitoria, Martín de Azpilcueta, Toribio de Bena- vente, Bernardino de Sahagún, Alonso de la Veracruz, Alfonso de Castro, Bartolomé de Las Casas o Francisco Suárez. 3. Los títulos del dominio de América Damos un paso adelante, ofreciendo un breve ejemplo de aquellos aspectos don- de se plasma una nueva reflexión, consecuencia directa de esa sensibilidad cristiana del momento. Una primera muestra es la de los títulos de la dominación de América, tema profundamente debatido, en el que nos detenemos ahora brevemente. 20 No cabe duda de que, a este respecto, es necesario distinguir claramente entre teoría y praxis. En este hecho, normalmente visto desde lo extraordinario, se ha justificado perfectamente la leyenda negra. 21 A este respecto es importante tener presente la R. C. del Regente Cisneros, del 10 de mayo de 1516 sobre la prohibición de la trata de esclavos negros y, cuatro años más tarde, la R. C. de Carlos V, del 17 de mayo de 1520, sobre la libertad de los indios. La propia estructura gubernativa de los Austrias no hacía fácil que se confundiera, gracias a las leyes de Indias, el poder personal y el absolutismo orgánico. Cf. Zavala 1944; 1973; 1993 2 ; 1994; y 1995.
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