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Miguel Anxo Pena González 87 ISSN 1540 5877 eHumanista 29 (2015): 72-91 El absolutismo y despotismo pretendían adueñarse de dicha conciencia como si de un arma invencible se tratase, desde la cual poder controlar y dirigir al pueblo en sus múltiples tomas de postura y de dirección. El juramento de fidelidad afectaba más a las relaciones Iglesia-Estado que al pueblo, que seguía al soberano sin crearse mucho pro- blema; pero abría una puerta que, difícilmente, podría ser cerrada, dejando poco margen de movimiento para devolver las cosas al estado anterior. Por esta razón, Suárez se pre- ocupó especialmente del problema de la conciencia, entendiendo que era una cuestión esencial y que, de no ser abordada, tendría unas consecuencias sociales y de trascenden- cia difícilmente salvables. Planteaba y removía, incluso, la visión antropológica y, por lo mismo, el concepto de hombre que se proyectaba y se defendía. Hacer caso omiso y permitir injerencias como las de Jacobo I, por otra parte, suponía negar elementos esen- ciales de la visión cristiana del hombre, que había incluso permitido proponer y hacer efectiva una distribución social que no era la típica de la tradición greco-romana, sino que había roto con los principios de una distribución social de clases. 6. A modo de conclusión Como se ha podido ver, hemos hecho una propuesta, un tanto polémica, que tie- ne como pretensión revisar los conceptos a los que nos referimos con frecuencia cuando hablamos del Humanismo. En un contexto tan complejo como es la realidad vivida en la Península Ibérica a lo largo del siglo XVI, es necesario recuperar otras miradas que nos hagan sensibles a elementos a los que no se les ha dado importancia en otras épocas. Pretendemos, por lo mismo, dialogar con otras lecturas posibles, de manera interdisci- plinar, entendiendo que será una manera adecuada de ofrecer nuevas propuestas. No se trata de volver al clásico discurso de ataque y defensa frente a la Leyenda Negra sino, ante todo y sobre todo, de mostrar las riquezas y límites de una época. Y, en este sentido, ambas cosas están fuertemente imbricadas. Un ejemplo claro es el de Juan Luis Vives, que tiene que huir a los Países Bajos, pues veía peligrar su vida en el Levan- te. El detalle es sustancial, pero necesariamente ha de ser leído en el contexto de época. Al mismo tiempo, no es posible renunciar a la valoración adecuada de los elementos aportados por la tradición cristiana y, particularmente, por la reflexión que se estaba haciendo en aquellas décadas desde la Teología que, como hemos señalado, suponía una novedad; y ésta era también fruto de esa sensibilidad y de ese humus que se estaba re- moviendo de manera nueva, a lo largo de todo el marco europeo. No era posible que estuvieran muy vivas las influencias en teoría política o de los estados, y que esto no se reflejara también en otros ámbitos de la sociedad. Por otra parte, una de las fuentes de esas nuevas lecturas se encontraba en la comprensión de una fe cristiana que en Europa tenía ya diversas interpretaciones y, además, éstas eran la fuente de conflicto más inten- so que se estaba viviendo en esas fechas. Será éste el elemento que más afecta a muchos de los grandes humanistas del momento. Por otra parte, es necesario que superemos ese elemento clásico de la vehemen- cia, que va fuertemente imbricado al reino de Castilla y que nos impide leer con trans- parencia unos acontecimientos. Por lo mismo, el humanismo –también en un entorno peninsular– ha de ser leído en contexto, valorando todos los elementos que entran en juego y resultan trascendentales a la hora de llegar a unas conclusiones. Esto, en lo que hemos querido exponer, tiene todavía un interrogante abierto en el estudio de la Historia de las universidades y, por lo mismo, en el conflicto existente entre escolásticos y humanistas. ¿Es necesario seguir viéndolos como contrapuestos?¿Todos los escolásticos pensaban lo mismo? Estas preguntas, que sería interesante llevar a un debate más amplio, hacen refe-

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