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492 MIGUEL-ANXO PENA GONZÁLEZ dores aplicaban el término de bárbaros a los naturales. Era la consecuencia lógi ca de la tradición clásica en la que se entendía al bárbaro como al carente de jui cio y que practicaba costumbres salvajes9. Así lo atestigua también el insigne José de Acosta, cuando afirma que, “según la definición de prestigiosos autores, bárbaros son aquéllos que se apartan de la recta razón y de la práctica habitual de los hombres”10, lo que él aplicará sin ningún problema al indio. Al mismo tiempo, es una realidad convulsa y de difícil catalogación, la que provoca frecuentes cambios en la mentalidad de los misioneros, obligándoles a estudiar con seriedad aquello que están viviendo, superando así una argumenta ción teórica, a partir de una experiencia de contacto directo. No improvisan una manera de actuar, sino que la experiencia y el estudio les van ayudando en la ela boración de unos sistemas cada vez más específicos y apasionados de evangeli zación. Quieren atraer a los indios hacia una vida más civilizada, en la que aban donen toda una serie de costumbres abominables, corno podía ser el caso de la antropofagia’2. Así, ante la inagotable tinta que se ha vertido en torno a estas cuestiones, no cabe ninguna duda que la motivación que estaba presente en los misioneros no era otra que la de atraer a los naturales a la salvación. La defensa de los indios por parte del Pontificado y de la Corona llevó a los colonizadores a buscar una solución que permitiera salvaguardar sus propios intereses, juntamente con los de la Corona sin abusar de los indios, al tiempo que pudiera sustituir al sistema de encomiendas13, que para muchos, aunque legal, nientoy los argumentos sobre la esclavitud en Europa en el siglo xvi y su aplicación a los indios anrericaros ya los negros africanos, Madrid, 2000, PP. 159-162. 9 No cabe duda que, una argumentación como ésta, llevaba implícita una serie de actuaciones como lícitas y válidas, incluso moralmente. 10 JosÉ DE AcoslA, De procuranda indormn salute. 1. Pacificación y colonización, Madrid 1984, p. 61. Esta idea la precisará todavía mejor, cuando defina a los indios: “Viniendo ya a la tercera y última clase de bárbaros, es imposible decir el número de pueblos y regiones de este Nuevo Mundo que comprende. En ella entran los hombres salvajes, semejantes a las bestias, que apenas tienen sentimientos humanos. Sin ley, sin rey, sin pactos, sin magistrados ni régimen de gobierno fijos, cambiando de domicilio de tiempo en tiempo y aun cuando lo tienen fijo, más se parece a una cueva de fieras o a establos de animales. A este grupo pertenecen en primer lugar todos aquellos que los nuestros llaman caribes; no ejercen otra profesión que la de derramar san gre, son crueles con todos los huéspedes, se alimentan de carne humana, andan desnudos cubrien do apenas sus vergüenzas”. It,íd., p. 67. 11 Cfr. Ibíd.. p. 61. 12 Cfr. A. de VERAcRuz, De insto bello contra Indos, q. vr, justa causa de la guerra con tra los bárbaros, PP. 299-305; P. de LEDEsNIA, Segunda parte cíe la Stmrura..., trat. vr,,, cap. 3, Zaragoza, 1611, p. 222. 13 Cfr. 5. ZAvALA, Servicltunbre natural y libertad cristiana seguir los tratadistas espa ñoles de los siglos xvi y xvii, Buenos Aires, 1944: Id., La defensa de los derechos del honrbre enr América Latina (siglos xvi-xvn), Paris, 1963; Id., La encomienda indiana, México, 1973; Id., Por la .çenda hrispana de la libertad, México 1993, 2 ed.; Id., Suplenrento documental y bibliográfico de la e,rconrienda i,rdia,ra, México, 1994.

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