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42 miguel anxo pena gonzález afirmamos y cómo lo afirmamos. Es decir, la idea que hoy tenemos de la vida religiosa está totalmente determinada por el Código de Derecho Canónico de 1917 y, de alguna manera también, por el de 1983, pero la realidad de la vida religiosa –a lo largo de la historia– es una experiencia bastante más compleja, puesto que las opciones eran múltiples y diversas. Y, por lo mis- mo, no tan precisas como en el periodo previo al Vaticano II. No se trataba exclusivamente de la entrada en un convento o monasterio y la profesión de unos votos, sino que la realidad del siglo XVI, heredada de épocas anteriores y determinada por el contexto de los movimientos de reforma eclesial, ofre- cía otras opciones de consagración reconocidas y aceptadas por la Iglesia, de las que el Maestro Ávila se hará eco y tendrá presentes, en razón de las necesidades concretas de aquellos que entran en contacto con él. Después nos centraremos en uno de los ejemplos más claros de esta realidad, que es aquella que nos ofrece la fórmula del beaterio o la beata. En este sentido, conviene hacer notar cómo el estatuto jurídico y ca- nónico clásico confería el privilegio de persona eclesiástica no sólo a los clé- rigos ordenados in sacris y aquellos que habían emitido votos públicos y, por lo mismo, solemnes, sino también a un número muy amplio de fórmulas y de opciones, tanto masculinas como femeninas, entre las que destacaban –fun- damentalmente desde el siglo XIII– las beguinas, terciarios, beatas, etc. que pronunciaban votos privados o simples, que tenían manifiestamente un valor consecrativo y que, por lo mismo, eran aceptados por la Iglesia. El estado de vida regular, propiamente dicho, exigía la profesión so- lemne –pública– de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, a partir de una de las reglas de vida aprobadas por los sucesivos pontífices 28 . Por lo mismo, era religioso aquel que emitía su profesión en una religión aprobada por el Papa. Estaban obligados a llevar el hábito religioso viviendo en comu- nidad, lo que luego venía matizado para aquellos que optaban por la vida ere- mítica, que era entendida como vida comunitaria institucional. Si se trataba 28 Acerca de este particular, cf. E. Sastre Santos, La vita religiosa nella Storia della Chiesa e della Società , Milano 1997, 465-466.

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