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40 miguel anxo pena gonzález de un número significativo de clérigos, que viven en torno al Maestro pero que, en un determinado momento, optan por ingresar en Religión –espe- cialmente en la Compañía de Jesús y en la Reforma del Carmelo– y, un tercer grupo, que elegiría una vida contemplativa, como opción prioritaria, y que les llevaría a la vida monástica o a escoger vida de beatos y beatas re- tirados. Con todo, de manera genérica, sabemos de su hondo aprecio hacia la vida regular y monástica, lo que deja aparecer en infinidad de pequeñas pin- celadas a lo largo de toda su obra apostólica, de sus proyectos y escritos. Baste un simple ejemplo para evidenciarlo en este primer momento. Se trata de un sermón pronunciado en un monasterio en el que, valiéndose de la clásica imagen de la pirámide feudal, donde se encontraban bellatores, oratores y laboratores , él propone una nueva organización que tendrá como finalidad mostrar a los consagrados expiando por todo el pueblo, mostrando así un claro y preciso servicio al mundo y a la sociedad, desde su propia y peculiar identidad: «Si los diputados para servir a Dios, si los del corazón, no sienten los males de la Iglesia, ¿quién los sentirá? ¿Sabéis que son los religiosos en el cuerpo místico de la Iglesia? El Papa es la cabeza; los brazos, los caballeros; el corazón, los religiosos. Él es el primero que vive y el postrero que muere; él es la fuente del calor, él es el que está más guardado. Guarda con toda guarda tu corazón, porque de él procede la vida. Por eso, padres, os encerrastes en este monesterio debajo de ese hábito, debajo de traer unos ojos bajos, debajo de humildad, para que mejor os guardéis y conservéis como el fuego debajo la ceniza. Han de ser tales los religiosos, que, si un miembro está frío, llegando a un religioso había de volver con calor; y si faltase la fe, en ellos se había de hallar. Si en el corazón no hay calor, ¿dónde lo habrá?; si el corazón no siente la muerte de la Iglesia, ¿quién la sentirá? Padres, convidados estáis a llorar en la religión, no a reír como Josué, para llorar la caída del pueblo» 25 . 25 San Juan de Ávila, «Sermón 18. Jueves de la Ascensión. En un monasterio de religiosos. Granada o Sevilla», en Obras completas , III, 237, §. 19.
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