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371 doso, de amor y caridad cristiana. Si amar la paz era amar a Cristo, proteger suponía también la defensa del Salvador. La violencia, aunque fuese extrema, no quedaba justificada, sino era acorde con los preceptos evangélicos. La cuestión más importante seguía siendo la de por qué Dios había consen- tido que Roma, la eterna, fuese tomada por Alarico en el año 411 después de Jesucristo. Agustín respondió mediante una filosofía de la Historia, con arre- glo a la cual los Estados lo mismo surgen que se vienen abajo, según sus vicios. Éstos poseen ciertas virtudes y Roma no habría triunfado nunca sin autodis- ciplina, pero todas sus virtudes habían sido mancilladas. La naturaleza misma había sido creada como algo bueno, basada en el deseo implantado por Dios en el hombre de vivir asociado, pero el fratricidio de Caín introdujo la corrup- ción. El Estado perduró, aunque injustamente, pues la justicia no es necesaria por esencia, como sostenía Cicerón, sino únicamente para su bienestar. Una banda de ladrones tiene todas las características de un Estado y éstos han sido en su mayor parte bandas de ladrones. 15 A modo de ilustración, Agus- tín, en una ojeada retrospectiva de la Historia, hizo la crónica de los pecados de los Estados. Incluso los hebreos, sostenía que consiguieron sus victorias no por sus virtudes, sino por los vicios de sus enemigos. 16 Roma, fundada sobre el fratricidio, creció con el rapto de las sabinas y degeneró con la destrucción de Cartago. Todas las teorías antiguas sobre la decadencia romana eran for- muladas dentro de su esquema de progresivo declive. 17 El establecimiento del Imperio no provocó entusiasmo en Agustín. Trató sin miramiento al empera- dor Augusto y no alabó la Pax romana como preparativo para el Evangelio. 18 Aunque se podría decir, que Roma recibía, a manos de los bárbaros lo que ella misma había hecho, no era la conclusión a la que llegaba san Agustín, ya que intuía en la historia de la Urbe otros detalles. El cambio no se había pro- ducido cuando Augusto fue proclamado emperador y estableció la paz romana, sino cuando Constantino se convirtió a la fe. Si la cabeza del Imperio estaba ocupada por un cristiano existía la posibilidad de que hubiera justicia dentro 15 S. Agustín, De Civitate Dei , XIX, 24 (CCSL 48 , 695 ). 16 S. Agustín, De Civitate... , XVI, 43 (CCSL 43 , 550 ). 17 S. Agustín, De Civitate... , XV, 5 (CCSL 43 , 458 ). 18 «Sed sapiens, inquiunt, iusta bella gesturus est. Quasi non, si se hominem meminit, multo magis dolebit iustorum necessitatem sibi extitisse bellorum, quia nisi iusta essent, ei gerenda non essent, ac per hoc sapienti nulla bella essent. Iniquitas enim partis aduersae iusta bella ingerit gerenda sapienti; quae iniquitas utique homini est dolenda, quia hominum est, etsi nulla ex ea bellandi necessitas nasceretur. Haec itaque mala tam magna, tam horrenda, tam saeua quisquis cum dolore considerat, miseriam fateatur; quisquis autem uel patitur ea sine animi dolore uel cogitat, multo utique miserius ideo se putat beatum, quia et humanum perdidit sensum». S. Agus- tín, De Civitate... , XIX, 7 (CCSL 48 , 672 ). el derecho de guerra justa en la «escuela de salamanca»

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