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370 lugar en un mundo donde la paz completa no podía alcanzarse nunca, puesto que era imposible en la tierra. Era necesario asumir y aceptar la resistencia de la guerra, tomando parte en ella para combatir el pecado y toda maldad, de la cual la injusticia era expresión directa. Por otra parte, los ejemplos del Anti- guo Testamento venían indirectamente a demostrar a los creyentes que había algunas guerras que habían sido queridas por Dios y, por ello, podían resultar aceptables desde el punto de vista moral o religioso. En concreto, el Hipo- nense deducía que la actitud pacífica y resignada que Cristo había promovido con su propia vida, así como los principios de no violencia que llegaban hasta proponer el amor del enemigo, se imbricaban en todo su mensaje, al tiempo que se referían a la actuación externa de sus fieles, a su integridad moral –o en palabra más propias de dicho discurso– a la pureza de su corazón. 13 Los cristianos, a partir de dichos principios y de su propia conciencia moral, estaban en la disposición adecuada para poder aceptar el participar en con- frontaciones bélicas, siempre que estuviesen llevados por el deseo de alcanzar la paz y no por la codicia o la crueldad. Era una clara vinculación entre pecado y guerra. Los modelos los encontraba tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento e, incluso, en la respuesta del emperador hacia los donatistas. 14 La pérdida del eterno sueño de la paz sobre este mundo, progresivamente iría dejando paso a la idea de que las espadas nunca habían sido transformadas en arados y, lo que parecía como más real, que nunca lo serían. Agustín estaba convencido de que la paz no llegaría hasta que lo corruptible se tornase en incorruptible. Era el convencimiento interno de De Civitate Dei , donde la paz perfecta aparecía como algo reservado al cielo, donde no habría hambre, ni sed, ni enemigos. El deseo de paz provoca la necesidad de la guerra. Que Dios nos libre de la necesidad y nos conserve en la paz. No se pretende la paz para provocar la guerra, sino que se libra la guerra para lograr la paz. Sé, pues, pacífico a la hora de hacer la guerra, para que tras derrotar a los que combates, les lleves en buen tiempo a la paz. Se estaba, por tanto, considerando que el uso de la fuerza serviría para impe- dir que el enemigo continuase provocando injusticias, en el error o en el pecado. Casi se podría deducir que la guerra se convertía en un acto de bien, bonda- 13 Robert Regout, La doctrine de la guerre juste dès Saint Augustin à nous jours d’après les théolo- giens et les canonises catholiques , A. Pedone, Paris, 1934 . 14 Cf. S. Agustín, Epistolae 189 . Ad Bonifacium , 4 (CCSL 33 A, 858 ); Id., Epistolae 93 . Ad Vicen- tium (CCSL 31 A, 237 - 238 ). Prácticamente el mismo argumento, lo sostendrá el Doctor Máxico, cfr. S. Jerónimo, Commentariorum in Ezechielem prophetam , lib. II, cap. 9 (PL 25 , 85 ). miguel anxo pena gonzález

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