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369 devolver los golpes por si al defender su vida mancillase su amor al prójimo para con su prójimo... La idea de asuntos relacionados con la guerra parece ser extraña a las obliga- ciones de nuestro cargo [el estado clerical], porque tenemos nuestro pensamiento fijo en el deber del alma más que en el cuerpo, ni es tampoco asunto nuestro el dirigir la atención a las armas, sino más bien en las fuerzas de la paz. 11 De donde se podía deducir que la manera de emprender una fuerza debía necesariamente ser justa; y que monjes y clérigos no debían entrar en conflicto armado. Con todo, aunque las ideas fundamentales están sustentadas en el pensa- miento de san Ambrosio, la proyección y asimilación de las mismas vendrá de la mano de san Agustín. No importó que no contase con una ética coherente de la guerra, ya que fueron sus comentadores, particularmente a partir de Gra- ciano, los responsables de articular una teoría agustiniana, con un intento de sistematizar su pensamiento sobre la guerra. Sus opiniones tenían como fun- damento a Ambrosio y Cicerón, pero que pasan por el tamiz de la experiencia concreta vivida por él mismo en torno al año 410 , cuando los visigodos de Ala- rico saquearon Roma durante tres días y, no con menos importancia, cuando los vándalos sitiaban Hipona, en los mismos días en que Agustín estaba ya agonizando. 12 En su conciencia el acto de matar no era en sí pecaminoso, sino más bien la disposición interna que lo impulsaba, el amor de las cosas terrenales por encima de las espirituales. Se convertía así, en un momento crucial en la acep- tación de la guerra –entendida como justa– por parte de la praxis creyente cristiana. En la misma había una derivación directa entre el pecado, como algo consustancial al hombre y la guerra, como una consecuencia directa del mismo. La guerra venía considerada como un mal menor, como algo inevita- ble, pero también necesario. En la conciencia, por otra parte, que esto tenía 11 S. Ambrosio, De Officiis (PL 16 ). Frente a su postura, Basilio Magno, en el siglo iv , seguía sos- teniendo que «El matar en la guerra fue diferenciado del crimen por nuestros padres ... a pesar de ello, quizás estaría bien que aquellos cuyas manos están manchadas se abstengan de comulgar durante tres años». 12 Él mismo había llegado a considerar, en el momento en que África estaba a punto de ser invadida por los vándalos; sólo les interferían la marcha las legiones romanas. Así se dirige a Boni- facio: «No pienses que nadie puede agradar a Dios si milita entre las armas de la guerra ... Cuando te armas para pelear, piensa ante todo esto: también tu fuerza corporal es un don de Dios. Así no pensarás en utilizar contra Dios el don de Dios. Cuando se promete fidelidad, hay que guardársela al enemigo contra quien se pelea. ¡Cuánto más al amigo por quien se pelea! La voluntad debe vivir la paz, aunque se viva la guerra por necesidad, para que Dios nos libre de la necesidad y nos man- tenga en la paz. No se busca la paz para promover la guerra, sino que se va a la guerra para con- quistar la paz». S. Agustín, Epistolae 189 . Ad Bonifacium , 4 . 6 (CCSL 33 A, 858 . 859 ). el derecho de guerra justa en la «escuela de salamanca»

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