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368 En lo que al Occidente cristiano se refiere, dos van a ser las figuras más recurrentes en la evolución del pensamiento: san Ambrosio y san Agustín. El obispo de Milán hacía una identificación entre romanización y cristiandad, lo que tenía mucho que ver con su paso por la estructura administrativa del Estado. Entendía que defender al Imperio era proteger la fe ante las amena- zas de los pueblos bárbaros, por lo que en el nuevo imperio cristiano los fieles debían asumir la protección armada. El cristianismo debía también conducir a los ejércitos romanos: Desde la Tracia, Dacia, Moercia y toda la Valeria de los panonianos le oímos las blasfe- mias que predican [en el seno del Imperio] y vemos a los bárbaros que invaden... Cómo podía el Estado romano estar a salvo con tales defensores... Sencillamente, los que violan la fe no pueden sentirse seguros... No son las águilas y los pájaros los que deben conducir los ejércitos, sino tu nombre y tu religión, oh Jesús. 10 Los cristianos aportaban su fuerza al apoyo del Estado, por lo que éste se convertía en garante de la unidad de la fe. En él tenía lugar una novedad desconocida hasta aquel momento: el combinar las enseñanzas cristianas con el Derecho romano de manera sistemática. Para ello, Ambrosio no dudará en recurrir a textos del Antiguo Testamento, en el recuerdo de una guerra inspi- rada por Dios por amor a su pueblo, entre defensa y asimilación, ante la nueva situación que se presentaba. Como Cicerón había admitido que podía haber guerras justificables, reconociendo la diferencia entre las guerras civiles, de carácter aberrante y aquellas que se libraban contra los bárbaros. A estas últi- mas, como acabamos de ver con sus palabras, Ambrosio las consideraba legí- timas, por la doble protección que ofrecían del imperio y de la fe cristiana. Cicerón sostenía que si bien un individuo no podía matar para salvarse, sí debía actuar en defensa de otros aunque esto implicase matar al agresor. De esta manera, las guerras sólo podían iniciarse para defenderse, cuando respon- dían a una orden directa de Dios o en defensa de la fe. Para su argumentación Ambrosio recordaba textos del Antiguo Testa- mento, en los que la guerra inspirada por Dios lo era por amor a su pueblo, como defensa y asimilación de la nueva situación. La reflexión seguía, a grandes líneas, la planteada por Cicerón, mostrando la posibilidad de acomodación del cristianismo a la milicia: No creo que un cristiano, un hombre justo y sabio, deba salvar su propia vida a costa de la muerte de otro; por lo mismo que al tropezarse con un ladrón armado no puede 10 S. Ambrosio, De Fide , II, 16 (PL 16 , 587 - 589 ). miguel anxo pena gonzález

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