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374 sas parecían no aprobar ni bendecir la actividad bélica y seguían imponiendo penas a los combatientes. En realidad, se trataba de una argumentación bipo- lar, que animaba y condenaba al mismo tiempo a la guerra y a los guerreros. Es interesante constatar que los libros penitenciales valoran, de manera diferente, entre la muerte causada por un combatiente en una guerra injusta, que recibe una dura sanción, equivalente a la impuesta por homicidio; de aquella que acaece durante una guerra justa, defensiva y donde a la cabeza de la misma se encuentra un príncipe legítimo, cuyo castigo es más llevadero. En ninguno de los casos la acción del combatiente recibe justificación ni bendi- ción, considerándose un acto impuro y pecaminoso, que requiere una purifi- cación mediante penitencia. San Anselmo es un claro ejemplo, de la presencia de la idea de la paz, cuando expone que no está seguro de que los monjes deban aportar socorro espiritual alguno a los hombres de la guerra. 20 Para la soldadesca el camino de la salvación estaba cerrado y, únicamente lo podrían alcanzar renunciando a su profesión, abandonando la milicia secular y entrando en la de Cristo; en la vida monacal o eclesial tenían alguna posibilidad de alcanzar la salvación. El oficio de la guerra conducía a la perdición. Incluso, a partir de esta idea, se desarrolló un modelo hagiográfico acorde, que no será otro que el del soldado san Martín de Tours, que abandona la milicia, al tiempo que promete hacer frente a los enemigos por medio de la cruz. Martín de Tours y Sebastián se convirtieron en santos, pero no porque luchasen con valor, por fidelidad a su señor o convencidos de su causa, sino porque dejaron de hacerlo, como consecuencia de su fe y caridad cristiana. En una lectura paralela, Mauricio y la legión Tebana tampoco se ganó la palma del martirio combatiendo, sino negándose a cumplir una orden y a coger las armas para defenderse. El cambio se producirá cuando la Orden de Cluny elabore un modelo propio de caballero cristiano, que no deberá ya abandonar su profesión, ni el mundo, para llevar un comportamiento ejemplar y bendito. El prototipo será san Geraldo de Aurillac, cuya vida se asemeja más a la de un monje o asceta que a la de un laico. La idea no cabe duda que estaba sostenida sobre el pensamiento patrístico, donde sobresalía la figura singular de san Juan Crisóstomo. 21 20 Consideraba que los laicos se asemejaban a los habitantes de una ciudad asediada que con facilidad podía sucumbir ante los asaltos del enemigo, considerados como el mal, mientras que los monjes formaban la guarnición del castillo, que estaba a salvo del ataque mientras no cayera en la ten- tación de sacrificarse por sus correligionarios, mirando por las ventanas y exponiéndose al peligro. 21 En relación con ese modelo, cfr. S. Bernardo, «Libro sobre las glorias de la nueva milicia. A los caballeros templarios», en S. Bernardo, Obras Completas. I. Introducción general y Tratados ( 1 º) , miguel anxo pena gonzález
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