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58 MIGUELANXO PENA GONZÁLEZ todavía mucho más dura, puesto que no es posible —al menos a corto plazo— retornar a la propia tierra. Al mismo tiempo, el emigrante para lograr las expectativas de otro tipo de vida, tampoco se plantea qué le será más útil para el camino, qué es aquello de lo que puede llevar que le resultará más útil. Es consciente de que su propia experiencia le será de utilidad. La misma experiencia de un pueblo organizado en algunas estructuras sociales, aunque rudimentarias, como es la experiencia del pueblo que camina por el desierto, debiera ayudar a lograr que las cosas resultaran más fáciles... volveremos sobre ello cuando abordemos el aporte de los valores. Pero no cabe duda que, para el emigrante, su experiencia organiza tiva, la vida familiar, la integración comunitaria, así como la experiencia comuni tana en pequeñas comunidades, donde lo religioso sirve de amalgama de la vida social. Este detalle no puede ser olvidado, so pena de pagar un alto precio, también en las sociedades de recepción. También como en el caso del pueblo elegido, ya sea por parte de los que se ponen en camino, al igual que aquellos que les reciben, es posible volver la vista atrás, conformándose con una situación precaria y sin futuro, pero también en esta ocasión el ejemplo del pueblo elegido nos sirve de modelo. Nos ofrece el modelo que quizás hoy menos se valore desde nuestras sociedades desarro lladas y tecnificadas, pero que para otras sociedades sigue siendo un elemento de cohesión importante: la fe. El creer que otra manera de vida es posible. No se trata simplemente de un lenguaje religioso, sino que es una expe riencia profunda, que acompaña al migrante, entre esos enseres que le acom pañan y de las que no puede ni debe desprenderse. En este sentido, la fe puede iluminar ese difícil camino que está por recorrer y por construir. Es la experiencia más profunda y auténtica del Éxodo. No importa cómo esté narrada o con qué elementos ha sido adornada; lo más importante es que el pueblo tiene fe en que su vida puede ser de otra manera, que pueden vivir como hombres libres, como sujetos de derechos y deberes y, por lo mismo, con la posibilidad de una vida digna, en la que queden cubiertas sus necesidades fundamentales. La fe, por lo mismo se convierte en seguridad, en una fuerza capaz de cambiar la realidad, haciéndola más habitable. Entendido de esta manera, parece que la fe también tiene algo que decir a nuestro mundo, ante esos ingentes movimientos de población de unas zonas más deprimidas hacia otras con mayores posibilidades u oportunidades. Las religiones, por tanto, han de acompañar dicha trayectoria, al tiempo que han de cuestionar a una sociedad que, con demasiada frecuencia, olvida que estamos hablando de personas y no simplemente de un número de tarjeta de emigrante que, en cumpliendo una serie de requisitos se le abren las puertas para que pueda trabajar y proyectar un futuro en la nueva realidad que le tocará vivir.

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