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UNA EMIGRACIÓN CON VALORES: EL APORTE DE LA FE 67 magníficos servicios de asistencia social, sino que es necesario dar el paso al anuncio explícito de esa fe. Ayudar a que se profundice y afiance desde la experiencia vivida. Conver tirla en un medio peculiar para poderse integrar en la nueva sociedad y esto, como hemos indicado antes, sin perder la propia identidad. La reflexión conside ramos que es necesaria, puesto que se comienza a ver en diversos lugares, cómo diversas iglesias abren sus puertas cuidando más los espacios de aco gida afectiva, conscientes que así es más fácil acompañarles. Por tanto, las ins tituciones católicas han de ser más conscientes de su dirección, sin miedo a ser tachadas de instrumentalismo. No se puede olvidar que la caridad cristiana tiene un marco de comportamiento, en el que no se puede dejar de lado el mensaje que motiva y promueve un tipo de práctica y acción concreta11. En este sentido, por ejemplo, si volvemos la mirada hacia el continente ame ricano, podemos constatar cómo, en las últimas décadas, algunas iglesias cristia nas han aceptado la sensibilidad mariana como medio de atracción. Esta realidad la podemos constatar en Estados Unidos con la iglesia metodista o, en toda His panoamérica, con pequeñas iglesias evangélicas, que ven así cómo aumenta su número de adeptos. No afirmamos este tipo de prácticas con una intención numé rica ni proselitista, sino para que seamos más conscientes del riesgo de perder la propia identidad y no atender a un servicio integral a todo el hombre, donde lo reli gioso no puede ser interpretado como colateral o anecdótico. Por otra parte, este tipo de realidad concreta, viene acompañada por esa adecuada atención y acogida que facilita la integración. No se trata simplemente de que se acomoden un tipo de elementos, que faciliten el acercamiento de nuevos adeptos, sino también, ese cuidado atento al individuo. Para los católi cos en el contexto occidental, un reto cada vez más fuerte es ser capaces de acoger, superar nuestra propia frialdad en la que nos solemos escudar para no sentirnos cuestionados o vernos obligados a confrontar nuestras prácticas con los que llegan. Es necesario, por tanto, como ya hemos insinuado, hacer espa cio en nuestra multisecular tradición creyente, hacer espacio para sus santos y fiestas, para sus signos y sus símbolos. Algo que, lógicamente, supone un des centramiento y una disposición particular. » Así lo atestiguaba De Francisco Vega: Sin embargo, es preciso no quedarse en una filan tropía. Ha de proponerse, en tiempo y forma conveniente, el mensaje del evangelio, sin ningún tipo de imposición sino solamente como oferta siempre válida y en respeto a la libertad religiosa de cada persona. El acto de fe es libre, porque el hombre es invitado a recibir y confesar por propia voluntad la fe, y «aunque en la vida del Pueblo de Dios, que peregrina a través de las vicisitudes de la histo ria humana, ha existido, algunas veces, un comportamiento menos conforme con el espíritu evangé lico en incluso contrario a él, siempre se mantuvo la doctrina de la Iglesia de que nadie debe ser obli gado a la fe»”. C. DE FRANCISCO VEGA, “El diálogo interconfesional y las migraciones”, en J. RAMOS DOMINGO (coord.), Hacia una Europa multicultural. El reto de las migraciones, Publicaciones Univer sidad Pontificia de Salamanca, Salamanca 2002, 155.

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