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UNA EMIGRACIÓN CON VALORES: EL APORTE DE LA FE 65 aquí sí, en relación con lo explícitamente religioso— una llamada concreta a no difuminar la propia vivencia religiosa y la expresión de la misma. Es el reto de crecer en la propia fe, de afianzarla. No cabe duda que es una experiencia que puede ayudar a los dos contex tos culturales que se encuentran. Un inmigrante que muestre su fe en el espacio geográfico al que se ha desplazado en una búsqueda de una vida diferente, supone un cuestionamiento para una vida acomodada y anodina como la que muchas veces llevamos. En razón de su esfuerzo, de su tesón, de su lucha apa sionada y creyente. Es una llamada para todos a vivir desde otra escala de valo res, primando elementos que, por estar presentes en el día a día, no los consi deramos en la importancia que realmente tienen. Por otra parte, el inmigrante pude sentirse satisfecho, puesto que su esfuerzo es útil no sólo para superar una situación de carestía perentoria, sino que es un aliento también para otros que, desde el punto de vista material tienen mucho más que él. Por tanto, el inmigrante es portador de esperanza para su propia existen cia, así como para el lugar donde es recibido. Presenta como ofrenda su ser entregado que, a su vez, es transmisora de vida para muchos otros. Se con vierte en paradigma de socialización. Desde el aspecto religioso propiamente dicho, es la lucha también por acer car realidades que, un mundo más desarrollado se niega a aceptar. Es la cons tante lucha entre piedad popular y religiosidad popular. No cabe duda que, el inmi grante acompaña su vida de ritos y tradiciones, igual que lo hacemos todos los seres humanos. Pero los suyos responden a una cultura, en muchos momentos distantes, pero no por ello menos rica o importante, ni siquiera —como muchas veces viene considerada— más arcaica. Esos elementos simbólicos, que se mate rializan en un tipo de prácticas concretas son las que posibilitan ese entronque social, que se comunica mejor por medio de un lenguaje y una expresión religiosa. Se trata, por tanto, de un valor también para aquellos países receptores, puesto que han de hacer el esfuerzo de conocer dichas prácticas y, en la medida de lo posible, acompañarlas y abonarlas. Es también una muestra de esperanza para el que llega, el no tener que abandonar todo lo que le es propio. De esta manera, la inmigración, se convierte en un sólido y firme apoyo para una verdadera apertura a la esperanza de los diversos pueblos que se encuentran. Si seguimos recordando la experiencia del Éxodo del pueblo ele gido, no olvidemos que la pérdida de esperanza, en algún momento había supuesto la duda de volver atrás y, algo que pasa más desapercibido, en conver tir una vida nómada y, por tanto, algo temporal, en definitivo para el pueblo. Sería abre a todas ellas a la plenitud del Amor infinito revelado en Jesucristo”. P. P0uPARD, ‘El anuncio de Jesucristo en el contexto cultural americano”, en Id., Culturas y fe. Iglesia y diversidad cultural, Edi cep, Valencia 2004, 194-195.

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