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64 MIGUELANXO PENA GONZÁLEZ teniendo en cuenta el valor que hemos propuesto anteriormente de la acepta ción de un código ético común, nos lleva a presentar una visión donde no puede faltar la utopía, como medio necesario para poder vivir en nuestro mundo. 2.4. La apertura a la esperanza El emigrante, desde esa profunda experiencia de Éxodo, más allá de la vivencia religiosa que después manifiesta en su vida diaria, lleva consigo un ideal que ha logrado contra todo desaliento. Ha superado una prueba realmente difícil, que le convierte en portador de esperanza también para otros. No enten demos esa esperanza exclusivamente en un sentido religioso, si no en toda la unidad que es la vida de un hombre, llena de enormes dificultades e incompren siones que han de ser afrontadas con aliento y con empeño. Esa esperanza se ha de convertir además, en estímulo para otros, viendo que la situación presente puede ser superada, que es posible hacer que las cosas sean de una manera diferente, aunque teniendo conciencia de que no será una tarea fácil. La apertura a la esperanza, asumida desde un contexto religioso, supone apertura a la universalidad7. No es algo fácil, de eso podemos estar segu ros, pero sí posible. El inmigrante será el que más en contacto esté con otro tipo de creencias, puesto que su vida, como principio se encontrará siempre en la fron tera. Un límite que se refiere a lo geográfico, a lo urbano, a lo cultural... siempre estará en el espacio donde la confrontación frente al que es diferente es algo coti diano. Por ello, una verdadera esperanza supone también un esfuerzo, tanto indi vidual como comunitario, para poder confrontarse ante el nuevo entorno, donde la escucha y la formación, elementos en los que lo religioso puede jugar un papel de primer orden, no pueden ser olvidados ni descuidados. En este sentido, se trata también de una esperanza que ha de suponer una lectura crítica del mundo en el que se asienta el migrante, puesto que la nueva realidad de la globalización, donde los elementos culturales corren el riesgo de ser difuminados u homologados en un patrón válido pata todos, no ayuda al cre cimiento personal y al afianzamiento y consolidación de esa urdimbre personal, de la que el individuo no puede ni debe separarse8. Es, por tanto, también —y cf. J.L. SEGovIA BERNABÉ, “El hombre, ser emigrante”, en MA. PENA GoNzÁLEz — A. GALIN00 GARciA feds.), Inmigración y Universidad. Acogida de/inmigrante desde e/ ámbito universitario español, Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca 2005, 109-123. 8 Sobre la globalización, afirmaba el cardenal Poupard: “La globalización de la cultura, pese a sus aspectos positivos, suscita un verdadero empobrecimiento, ya que amenaza la identidad pro pia de las culturas, en beneficio de una homogeneización que separa al hombre de sus raíces cultu rales y de un antropocentrismo que lo priva de su vinculo vital con Cristo, centro del cosmos y de la historia. Por el contrario, el encuentro de las culturas con Jesucristo vivo en la Iglesia les hace reco rrer el camino que desde Navidad conduce a través del misterio pascual de la pasión, muerte y resu rrección, al milagro de Pentecostés. El Espíritu Santo hace estallar la tinitud de las culturas y las

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