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3. E L ARTISTA La obra de arte, como un libro abierto, requiere del autor la capacidad de otorgar claridad al mensaje y del que la contempla, el saber y aprender a mirar. Así, en la Edad Media se puso gran atención a la luz y al color, como un medio de representación capaz de captar la atención y sorprender al visitante 6 . Véase por ejemplo, en este sentido los debates entre cluniacenses y cistercienses 7 . Para la teología medieval, la luz era la única parte del mundo sensible a la vez visible e inmaterial, «visibilidad de lo inefable», la denominó Robert Grosseteste 8 , y por ello una emanación de Dios. Para éste la luz es la realidad más íntima y el prin- cipio constitutivo de todas las cosas. En este sentido, como señala Juan Plazaola, «mientras el arte cristiano fue realizado en un régimen de cristiandad en el que las obras artísticas nacían con espontaneidad, como fruto de una simbiosis entre el artista y la comunidad ecle- sial, es natural que no hubiera conflictos que exigieran resoluciones más o menos traumáticas. De hecho, en la Edad Media, las obras de arte nacían muchas veces del corazón y de las manos de los monjes especialmente dotados para el ejerci- cio de las artes plásticas. Incluso la teoría estética era patrimonio de los clercs . El más notable tratado técnico del arte en el Medievo –la Schedula diversarum artium – fue obra del monje Teófilo » 9 . Pero esta misma realidad, sustentada sobre sus cuatro etapas anuncia ya un fuerte cambio de paradigma en que la evolución natural de las cosas nos lleva a una comprensión totalmente diferente, donde es preciso volver a lo esencial y, para la creación artística, no cabe duda que el artista no es un simple añadido. Así se explica que las variadas desviaciones en la iconografía medieval, que se veía contaminada de leyendas y fuentes apócrifas que la misma Iglesia mantenía o toleraba fácilmente sin ningún rigor histórico, así como los excesos de mundanidad y liviandad en que se vieron envueltos un gran número de artistas del Renacimiento, exigieron una toma de conciencia y posturas concretas que ten- drían su momento culminante en 1563, con el Decreto del Concilio de Trento sobre las imágenes 10 . El tema era una consecuencia lógica de la evolución, y Trento proscribe toda imagen que sea ocasión de error para los incultos, se orde- na asimismo que se cuide la fidelidad histórica, al tiempo que se impida toda Evangelizar con el arte 155 6 Acerca del contexto medieval, de manera integral, cf. P. PIVA (cur.), L’arte medievale nel contesto. 300-1300. Funzioni, iconografia, tecniche , Milano, Jaca Book, 2006. 7 Cf. M. Aubert, L’architecture cistercienne en France , t. II, Paris, Vanoest, 1947, 142-146. 8 Cf. R. Grosseteste, Hexaëmeron , London, Oxford University Press, 1982 [II, X, 12-14]. 9 J. Plazaola, «La autonomía del artista y la autoridad de la Iglesia», en Ars Sacra , n. 8 (1998) 119. 10 Cf. Ibid .

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