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por lo que el grado de efectividad de los símbolos estaba también subordinado a la palabra. Era una muestra más de una lectura integral e integradora, que no descuidaba elementos, muy al contrario los conjugaba en la medida de sus posi- bilidades y necesidades. No cabe duda que esto en nuestro presente es realmen- te complicado, puesto que no es fácil ser sorprendido visualmente, máxime cuando los efectos especiales se han convertido en algo absolutamente cotidia- no y, aquello que seamos capaces de imaginar, es posible que pueda ser recre- ado también visualmente… como si realmente estuviera ocurriendo. Para ello, simbólicamente es necesario también recuperar categorías clási- cas, no para ser reproducidas o recreadas bucólica o ingenuamente, sino para apoyar la evangelización en un lenguaje amplio, rico, sabroso, capaz de dar cabida a todos. En este sentido, recordemos también cómo tradicionalmente la luz se asociaba metafóricamente con la divinidad. Generalmente se distinguía entre lux spiritualis (Dios) y la lux corporalis (manifestación o expresión de Dios) o, lo que es lo mismo, entre lux como sustancia espiritual y lumen como sustancia material, entendiendo en un paso sucesivo la lux vera como al mismo Cristo. Una idea realmente hermosa que, de múltiples maneras, sigue siendo perfectamente válida también hoy 3 . La luz como símbolo y metáfora de la divinidad, pasando por los Padres de la Iglesia se prolongará durante la Edad Media hasta el punto de convertirse durante los siglos XII y XIII en el centro de toda reflexión sobre lo bello. No se puede olvidar que, en este sentido, muchas aproximaciones en torno a la defini- ción del pulchrum establecen una asociación entre esta idea y las de luz y fulgor. El mismo san Buenaventura considera que la luz creada no puede alcanzar la per- fección sin la luz increada. De donde se deduce que la perfección de un cuerpo dice relación con su luminosidad; entendiendo a ésta como fuente de toda per- fección 4 . El tener en cuenta estos ejemplos simbólicos del ayer, aunque válidos tam- bién para el hoy, tiene como intención la superación de la estricta funcionalidad que, a veces, damos a la obra de arte religiosa, puesto que detrás de ella se encuentra ese simbolismo propio al que hace referencia directa. El arte creador es esencial y prioritariamente expresión y, por lo mismo, capaz de dar forma a algo que uno lleva en su interior y que, muchas veces, no sabe ni cómo expre- sar, por lo que el símbolo se convierte en un lenguaje abierto y comprensible para individuos diversos, entendiendo que lo bello es algo con carácter de objetividad, con independencia del que lo contempla… expresando así que la obra de arte 152 Miguel Anxo Pena González 3 Cf. E. de Bruyne; Estudios de estética medieval. III. El siglo XIII , Madrid, Gredos, 1958, 24-36. 4 Cf. S. Buenaventura, Sententiarum , lib. II, dist. 28, art. 2, q. 3, concl., 690a.

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