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1. En la Primera Edad consideraba que no existían las imágenes y se exten- dería a lo largo de los cuatro primeros siglos de la era cristiana. Se caracteriza por la ausencia de imágenes o iconos en sentido estricto, puesto que sigue habiendo una fuerte dependencia de las interpretacio- nes y visiones de corte hebreo; por lo que vendría identificada como la edad de los símbolos precristianos. 2. La Segunda sostenía que su característica esencial es la presencia de imágenes, pero sin artistas . Podría decirse que abarca desde el siglo V al XIII. Se hacen imágenes, pero propiamente no se hace arte. No se tiene conciencia de crear obras artísticas. Obras con una misión: social, política, religiosa, etc. Tienen una función y un sentido de servicio hacia el bien común. No hay arte ni artistas, sino iconógrafos. La finalidad de las obras es la que determina aquel que las encarga y las paga. 3. La Tercera Edad se inicia con el Prerrenacimiento, y es la Edad de las imágenes y de los artistas . Los iconógrafos empiezan a tomar concien- cia de que su tarea es específica y ya no se consideran como meros arte- sanos, por lo que piden un estatuto propio y un aprecio social. Será sucesivamente en el Renacimiento cuando se consideren «divinos», lle- gando esta imagen hasta el siglo XVIII. 4. La Cuarta y última Edad, es la que comprende los siglos XIX y XX, edad en que Plazaola considera que hay artistas pero no hay imágenes. El arte se ha convertido en concepto. No interesa la obra culminada; inte- resa la operación. La práctica profesional del arte se convierte en ejerci- cio de reflexión conceptual. Su síntesis, aunque con enorme brevedad, nos puede hacer caer en la nece- sidad de recuperar lo esencial, que no es otra cosa que el símbolo ; la recupera- ción del concepto , dejando en un segundo lugar lo que son tendencias artísticas de época. La intuición adecuada para, a través del arte, ser capaces de descri- bir el misterio; algo que no parece que sea cuestión de simples modas, por lo menos desde las preocupaciones de la Iglesia. No se trata tampoco de ser ingenuos, pues es bien sabido, como el mismo Plazaola ha señalado en innumerables ocasiones, que este decurso histórico es el que ha llevado al subjetivismo del artista, que se expresa en una visión perso- nal, sin respeto al objeto de referencia; la justificación omnipresente del «yo lo siento así». En este sentido, el arte sagrado ha sido siempre referencia, alusión, símbolo y metáfora, pero nunca una mera interpretación de la realidad natural, valor que hoy en día ha de ser recuperado y colmado de nuevos contenidos. El funcionamiento del pensamiento medieval articulaba fundamentalmente a través del símbolo y a ellos recurrían constantemente los predicadores en sus sermones, Evangelizar con el arte 151

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