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y de la Encarnación. No se trata de endulzar con imágenes tonificantes el cami- no arduo del hombre, sino de ofrecerle la posibilidad de hacer ya desde ahora una experiencia de Dios, que recoja en sí todo lo que es bueno, bello y verda- dero… La importancia del patrimonio artístico en la expresión y en la incultura- ción de la fe» 1 , luego el arte está en estrecha dependencia del hombre… para que éste sea capaz de creer. El arte religioso tiene, además, la necesidad de expresar lo que nos inquieta, lo que nos perturba; es la necesidad de conjugar en la expresión artística lo luminoso y lo oscuro, como dos elementos esenciales de la propia identidad humana y, por lo mismo, también de lo sagrado. No se trata de la opción externa por un estilo más visual o luminoso u otro más oscuran- tista o tétrico, sino la conciencia concreta de presentar al hombre la realidad del universo en que vive; las oportunidades y aperturas que, desde este, tiene hacia su futuro. El arte y la fe, en un diálogo y comprensión serena, tienen la oportuni- dad de ayudar al hombre a salir de su ensimismamiento, de la enfermedad que vive el hombre de nuestro presente. Una realidad de aislamiento y de soledad que se puede sanar, en el propio conocimiento humano, en su relación con los otros y en su deseo de comunión. Pero asumiendo que esto es así, no podemos ser ingenuos y es necesario que seamos capaces de delinear el momento concreto en que nos encontramos, que ya no es el de otras épocas, respecto a la capacidad que tiene el arte reli- gioso de acercar a un mensaje concreto. Es preciso delimitar dónde estriba el pro- blema, dónde se puede recuperar la tan ansiada comunicación. No parece que éste se encuentre simplemente en el hecho objetivo de que una sociedad cada vez se encuentre más descristianizada, en el desconocimiento de una cultura que ha caminado de la mano de la fe en el desarrollo y progreso social, pero que ya no la siente siquiera como su cultura y entorno social. El hombre, en este sentido, de una manera u otra, busca y encuentra lo que necesita. Por lo mismo, se busca lo sagrado en otra parte, y se encuentra no en el cristiano o en la Iglesia, ni siquiera en los ritos y sacramentos. Una de los lugares donde parece encontrarse es en el arte, atribuyendo a éste, o descubriendo en él, un sentido de trascendencia…, pero con un carácter eminentemente humano. Descubrir a Dios en el hombre y, por medio de él, en las obras de arte que éste crea… es un misticismo laico, una sacralidad entendida como secular, es algo que está de moda. Quizás en este momento, más que en otras épocas, se impone la necesidad de deslindar una identificación entre política e ideología religiosa, evitando toda identificación entre lo temporal y lo divino, algo que la concepción artística de Evangelizar con el arte 149 1 Discurso de Juan Pablo II a la Comisión para los bienes culturales de la Iglesia, 12 de octubre de 1995, n. 6.

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