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1. E L HOMBRE , RECEPTOR DE LO SIMBÓLICO El hombre, desde su ser religioso, es capaz de intuir dos niveles de realidad, aquel visible que dice referencia a la concreción material del universo que nos rodea y contiene; y el de lo invisible , que hace referencia al espíritu y no es per- ceptible desde el exterior del propio individuo. Plantear la cuestión desde esta aparente dicotomía supone que el nivel natural y sobrenatural se complementan para proyectar conjuntamente un mensaje que, desgraciadamente, no es siempre comprensible para el ser humano, puesto que ha de contar con su ser de creyen- te. Esto explica que, hoy en día, infinidad de personas se acerquen al arte reli- gioso con una visión puramente material, sin intuir ni vislumbrar esa simbología y riqueza interna que acompaña al arte religioso y que, al mismo tiempo, es una de sus características más propias y singulares. Para el creyente, sin tener en cuen- ta su tiempo, cultura o sociedad, lo sagrado es la explicación del Universo y del propio destino del hombre. Este simple hecho ya abre a un nuevo lenguaje y com- prensión que la evangelización de todas las épocas ha tenido presente y debe seguir teniendo. No podemos, en este sentido, tomar una actitud de rechazo ante aquellos que llegan con interés por una contemplación puramente externa de una obra de arte religiosa; muy al contrario, habrá que aprovechar esa oportunidad para ampliar esa primera visión, que es ya una oportunidad para el diálogo. Por lo mismo, el arte religioso asume del arte en general esa característica peculiar de abrir un diálogo con el espectador, pero que en este caso concreto supone un diálogo también en clave de fe, desde las propias categorías cristianas. Pero, para que esto sea posible, es necesario que también nosotros tomemos concien- cia de la vinculación que el arte tiene con la vida y sensibilidad de los hombres; con sus preocupaciones y alegrías, no viéndolo como algo accesorio, sino como algo estrechamente dependiente; y eso es precisamente lo que habrá que inten- tar crear o recrear en un espacio concreto, pero que ocupa esa necesaria sacra- lidad. Una lectura integradora de la condición humana, donde la redención sigue siendo una categoría válida. Es una manera más de acercarse a los profundos interrogantes del ser humano; poner al hombre ante la gracia. El hombre, en su devenir y proceso histórico puede prescindir de muchas cosas, pero, para ser realmente hombre, necesita expresarse también artísticamente. Es una manera de superar la visión eminentemente cosística y practicista, de superar la mera funcio- nalidad de las cosas, en lo que nuevamente se abre un aspecto de comunicación con el ámbito de fe. Como afirmaba hace ya más de una década el Papa Juan Pablo II, «cuan- do la Iglesia se sirve del arte para apoyar su propia misión no es sólo por razo- nes de estética, sino también para obedecer a la lógica misma de la revelación 148 Miguel Anxo Pena González

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