BCCAP000000000000074ELEC

lo hecho y generado, por lo que no siempre es fácil entablar un diálogo sereno, capaz de situar las cosas en su justa medida. El arte religioso, en este sentido, tiene también la necesidad de expresar esa categoría singular de crear cohesión, para que aquel que la contempla salga más allá de su propio presente. Esta idea estaría además sustentada sobre la conciencia de que es precisamente en lo secu- lar donde se encuentra lo sagrado; por lo que para llegar a lo trascendente hemos de caminar ardientemente como hombres. La constancia en el mensaje común puede, al mismo tiempo permitir superar la fascinación ante el proceso y la acción misma, más que ante las cosas hechas y terminadas. Si en nuestro pre- sente el sentido del tiempo parece sustituir al del espacio, la mirada hacia una tradición y diálogo con el arte en distintas épocas puede servir de equilibrio, puesto que es una clara combinación de ambos elementos. A su vez, el artista ha de permitir también ser seducido, seducido por el creer, por la fe… superar la visión negativa o romántica… encontrarse con un mensaje, con una forma de estar y de ser en el mundo. El arte ¿no es una posi- bilidad para encontrar la fe? Para ellohemos de estar abiertos, dejarnos seducir, utilizar lenguajes renovadores e, incluso, transgresores de lo política y socialmen- te correcto. 4. P LASMAR LO INVISIBLE No cabe duda que a lo sagrado sólo podemos acercarnos por medio de símbolos y de ahí que el lenguaje artístico sea uno de los más adecuados. Para que la fe pueda ser transmitida, el arte juega un papel de cercanía al hombre en su devenir histórico. Plasmar lo invisible supone también la idea del espacio figu- rativo como un ámbito trascendente y metafísico, referido a lo sagrado. En otras palabras, lo sagrado ha también de trasparentarse en una sociedad, por lo que no puede pasar socialmente desapercibido. En este sentido, es verdad que un espacio sagrado puede ser polivalente, sirviendo, además, de para el culto como museo, como salón de exposiciones o como auditorio de conciertos, pero no se puede olvidar que su razón de ser es particular y propia, corriendo el riesgo de verse opacada por otras propuestas, que podríamos denominar de corte más cul- tural genérico. Plasmar lo invisible supone un atento cuidado, no como lo puede hacer un experto y dinámico conservador de un museo, sino como aquel que tiene una tra- dición familiar de la que se siente especialmente orgulloso y considera que será también buena para generaciones futuras. El espacio, por tanto, ha de crear no sólo un clima de contemplación, sino que ha de dar la posibilidad, también, de la interiorización, de descubrir ese diálogo posible con el misterio. Evangelizar con el arte 157

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz