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superstición y todo afán de lucro; y sobre todo que se evite «toda lascivia, de modo que no se pinten ni adornen las imágenes con procaz hermosura» 11 . Insisto en estos detalles con la intención de descentrar la mirada crítica hacia el artista de nuestro tiempo, como si todo lo acaecido en el pasado no tuviera nada que enseñarnos y los responsables de guiar la nave de la Iglesia lo hubie- ran tenido fácil respecto a los artistas en otras épocas. Nuevamente se impone el diálogo y la cordura, ya que, también el artista de hoy, requiere al espectador para convertirlo en sujeto agente, en contemplador atento de su mensaje… en el que estarán también presentes sus preocupaciones y sus alientos. El artista, para ser tal, no puede renunciar a su capacidad para crear. En este sentido, el arte actual ha sido capaz de ayudarnos a ver, por su ser de creador de formas, la vin- culación estrecha que se nos abre con aquello que se quiere expresar. Muchas veces apoyado en un ennoblecimiento de la materia. Pero, en este sentido, es preciso también mostrar atención a la superación de la fugacidad con la que hoy nos movemos y relacionamos. Es necesario mantener el equilibrio entre lo efíme- ro del arte o de la comprensión artística y lo permanente del mensaje que, duran- te más de dos mil años, se viene transmitiendo de manera estable en su esencia: la llamada universal a la salvación. El peligro en el arte religioso está en dar más importancia a la forma que al fondo, algo que desgraciadamente también está presente en nuestras expresiones artísticas. Se ha profundizado seriamente en los componentes del lenguaje artístico, pero se ha olvidado que lo verdaderamente fundamental es el contenido del mensaje. Necesitamos ser capaces de lograr un acercamiento al misterio, con las dificultades que esto tiene en una socie- dad y cultura que lo niega casi categóricamente, presentando una visión casi unilateral y racional de las cosas. Para ello se impone la superación del mero utilitarismo del arte y, en concreto, del arte religioso. Se trata de recuperar en la lectura integradora también al artista como elemento importante en el proce- so de comunicación. En este sentido, para el escultor Antonio Oteiza, «el artista religioso está con su mirada hacia arriba, jerarquizando los valores de la vida, seleccionando lo social de cada día, evangelizando también su temario profano, añadiéndole la novedad del espíritu» 12 . Por último, frente a la visión clásica de contemplación, en nuestro presente impera un gusto por la acción, por la génesis, más que por 156 Miguel Anxo Pena González 11 Cf. «Decretum de invocatione, veneratione et reliquiis sactorum, et sacris imaginibus (3-XII- 1563)», en Concilii Tridentini Actorum, Pars sexta. Complectes Acta post sessionem sextam (XXII) usque ad finem Concilii (17 sept. 1562-4 dec. 1563) , S. Ehses (ed.), Friburgi Brisgoviae, Herder, 1965, 2 ed., 1078, lin. 46-47. 12 A. Oteiza, «El arte evangélico y otros ensayos», en M. A. Pena González–D. Castillo Caballero (eds.), Las razones del corazón , Salamanca, Ediciones Naturaleza y Gracia, 2004, 279.

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