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Donostiarra de nacimiento, aprendió en el entorno familiar el tesón del trabajo que plasmará asiduamente en una atenta dedica- ción a la investigación intelectual, por lo que a él mismo le gustaba definirse como «trapero del tiempo». Será una beca de la Diputación de Guipúzcoa la que le permita, con doce años, ingresar en el Semi- nario de Vergara, pasando luego al de Vitoria, donde recibió una honda formación humanística que, desde el primer momento, se pre- ocupará por completar con asiduas e inagotables lecturas de todo lo que se custodiaba en la magnífica biblioteca del Seminario de Vitoria. Una vez ordenado de presbítero, en 1951, es enviado a estudiar Teología e Historia de la Iglesia a la Universidad Gregoriana, en compañía de su amigo José M.ª Setién. Serán años felices, que le per- miten ampliar su horizonte vital e intelectual. En marzo de 1952, se encuentra con los manuscritos del Arzobispo Carranza en la Biblio- teca Vallicellana de Roma, que le acompañarán a lo largo de toda su vida y serán una de las líneas principales de su investigación. Se doc- tora en Teología con medalla de oro y realiza los cursos de doctorado en Historia de la Iglesia que, aunque no dieron lugar a una tesis, fue sustituida por el estudio libre del tema y la publicación de fuentes sobre el mismo, editando siete volumenes del proceso inquisitorial y más de una decena de libros con textos inéditos o estudios. En el verano de 1954, cuando contaba 26 años, conjuntamente con José Sebastián Laboa, acompaña en un viaje por España al patriarca de Venecia, Angelo Giuseppe Roncalli, quien permanece varios días residiendo en el Colegio Hispanoamericano Ntra. Sra. de Guadalupe de Salamanca y con quien entablará una relación espe- cial. Él mismo refería con afecto cómo, al año siguiente, pasó una temporada colocando su biblioteca particular en Venecia, saliendo sólo de aquella residencia el sábado para un paseo, después de la insistencia de Roncalli. Al salir del palacio y en la misma plaza de San Marcos, se encontró frente al letrero de la Biblioteca Marciana, donde pasó toda la mañana. El fruto sería, años más tarde , una publicación en el Boletín de la Real Academia de la Lengua sobre el epistolario de Rufino José Cuervo a Emilio Teza. Con suerte para Tellechea, cuando cuatro años más tarde el cardenal Roncalli, es promovido a la silla de Pedro, con el nombre de Juan XXIII, contará con un aliado indiscutible que le abrirá las puertas del inaccesible Archivo del Santo Oficio, algo totalmente inusitado, pero que él supo aprovechar con sensibilidad y valor científico en todo momento. En el año 2001, era yo mismo el que completando la docu- mentación de mis publicaciones sobre Francisco José de Jaca, me acercaba a la puerta de dicho archivo, con una recomendación ver- bal de Tellechea, explicando mis intereses al archivero D. Alejandro 6 ÁNGEL GALINDO GARCÍA Y MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ

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