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174 MIGUEL ANXO PENA GONZALEZ interpretación clásica de restauración de la Iglesia. Así lo expresaba el cronista Tomás de Celano, en el Tratado de los milagros del santo: El hombre nuevo, Francisco, brilló por un prodigio nuevo y estupendo, pues apareció marcado con un privilegio singular, nunca concedido en los siglos pasa dos, es decir, fue distinguido con las sagradas llagas y coiforntado en su citerpo mortal al cuerpo del Cructflcado (3 Cel 2). Pero quizás lo más sorprendente, en su vida concreta, es que se trata de una cruz real, verdadero encuentro personal de Francisco con el crucificado, que lle vará a que el “Poverello” pase a la historia como un alter Christtts. Una perfecta manifestación de la obra del Señor. Si este detalle da sentido profundo a su vida, no es menos importante que su opción fundamental, con la radical renuncia que lleva implícita, estaba mar cada por el mismo crucificado (cf. Mt 19, 21; Lc 9, 2...) y, de manera especial, en referencia al texto del seguimiento de san Mateo, que recordará en diversos momentos de su vida: “Quien quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, coja su cruz y me siga” (Mt 16, 24). Pero si este detalle parece especialmente significativo en su vida, no lo es menos la experiencia profunda y convencida de la vida en Fraterizitas, donde los hermanos también serán una real y autén tica expresión de la cruz, que tendrá un momento de especial plenitud hacia el final de su vida, tanto por el seguimiento al que le habían sometido las visiones encontradas de los hermanos, como por la manifiesta filiación crística en su propio cuerpo. Será en el monte Alvernia cuando la identificación con la vida del Señor se plasme incluso de manera física, con las llagas de la Pasión del Señor. San Buenaventura lo describe en una bella formulación teológica, en su Legenda nzaior: Así el hombre, lleno de Dios, comprende que, como había imitado a Cristo en la acción de su vida, de la misma manera debía ser como El en el sufrimiento y los dolores de la Pasión (LM 13, 2). Este momento hacia el final de su existencia terrena, se convierte en un momento de plenificación, de confirmación de todo lo que había sido su exis tencia y profunda fe hasta aquel preciso momento, donde uno de su pilares más sólidos había sido precisamente la cruz. Lo recordaba Celano en una bella expresión simbólica: ¿No buscó refugiarse en la cruz al escoger el hábito de penitencia, que repro duce la forma de la cruz? (3 Ccl 2).

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