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Ahora, el elemento siguiente a plantearse ha de ser el de la necesaria trans- misión de la fe, realidad que hoy parece no tener importancia para muchos sec- tores que viven y participan de la religiosidad popular. Sin la necesaria transmi- sión de la fe, la religiosidad popular corre el riesgo de quedar reducida a estética del pasado o, en el mejor de los casos, a actos de devoción personal que no tie- nen ningún tipo de continuidad en la vida creyente. La fe no tiene fronteras, sino que vive en constante superación, algo que contrasta fuertemente con otros gru- pos, cuyo mayor esfuerzo reside en la delimitación de fronteras. La fe, y a ello ha ayudado la religiosidad popular, se sustenta en la acogida atenta y sencilla, a la evolución lenta y parsimoniosa de los años. Quizás aquí encontramos uno de los elementos que pastoralmente han de ser estudiados: el tremendo cambio de una religiosidad basada fundamentalmente en una cultura agropecuaria, desde un contexto rural, y el paso a una sociedad industrial-tecnificada, que está espe- cialmente estructurada a partir de fuertes núcleos poblacionales o ciudades, donde las relaciones son mucho más frías, y los contextos coincidentes, cada vez menores o inexistentes. Esta nueva configuración social, por tanto, también habrá de ser tenida en cuenta a la hora de estudiar la religiosidad popular, ya que todo habrá de ser explicado, para que signo y símbolo puedan transmitir coherentemente su men- saje, llegando a ser comprensible por los hombres, hablándoles de aquello que, a generaciones pretéritas, les ayudó a conectar con su fe y sus antepasados. Con estas claves, la religiosidad popular podrá ser afrontada como una oportuna cate- quesis de la acogida y del encuentro, que pone al individuo frente a la realidad del misterio de Jesucristo Para ello es necesario que la pastoral encuentre un paradigma oportuno, y éste lo hallará en la vida terrena del Señor, y más exactamente en los misterios de la vida de Cristo, como camino oportuno de acercamiento a la enseñanza y experiencia de Dios; abriéndose así un sinfín de posibilidades diversas, donde las necesidades y matices personales tienen perfecta cabida. La misma transmi- sión de la fe de los creyentes, desde el mismo nacimiento, ha contado con una serie de elementos de religiosidad popular que eran iluminados a partir de la misma experiencia de Jesucristo, y que eran asumidos perfectamente por la vida de los creyentes, lejos de toda imposición o sobresalto. Es precisamente este espacio de permeación lenta y constante el que ha permitido que la religiosidad popular fuera un medio oportuno para la asunción de los misterios de la vida del Señor, en los que la gente ha participado con fe y convencimiento, recreándolos y viviéndolos con sinceridad y entrega. De esta manera, el espacio de lo sensi- ble, de lo emotivo, de lo creativo estaba en perfecta continuidad con lo racional. Y es éste, precisamente, el espacio a recuperar. MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ 63
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