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sus inquietudes, sus gestos, sus formas y devociones; aquello que para un grupo concreto tiene un sentido hondo y profundo en un momento concreto, pero que ha de sufrir también la necesaria evolución e, incluso, purificación. La tradición de la Iglesia nos ha dado constantes ejemplos en el proceso dialógico que se ha de producir entre lo normativo y lo creativo. No se le puede achacar a la Iglesia que rechaza todo aquello que provenga de la religiosidad popular, sino que es preciso comprender cómo su búsqueda y su interés tiene un calado mucho más hondo del que somos capaces de comprender a simple vista. Por otra parte, si el espacio de la manifestación religiosa, como lugar de encuentro con Dios tiene su fundamento e importancia en las mismas manifes- taciones externas, no lo es menos el nivel ético-moral que acompaña a ese tipo de prácticas. Son éstas las que están suscitando un problema de gran calado como es el de la necesaria coherencia entre vida y fe, al que curiosamente se está uniendo la adhesión de otro tipo de prácticas y espiritualidades que objetiva- mente podemos considerar como no cristianas. Es necesario poner cada cosa en su justo lugar, puesto que corremos el peligro de vivir como si estuviéramos en un mercado en el que se trata exclusivamente de salir a comprar aquello que necesitamos en un preciso momento, pero sin asumir ningún compromiso, ni medir las consecuencias que esto pueda tener. Lo religioso no puede estar en oferta, puesto que es demasiado serio como para que pueda ser rebajado; sin olvidar que se trata de una experiencia que no afecta exclusivamente a un individuo, sino que tiene unas consecuencias también sobre una comunidad y su proceso de crecimiento en la fe. Asumir un compro- miso creyente supone hacerlo en toda su amplitud, en aquello que nos resulta más agradable y gratificante y, también, en aquello que nos puede resultar más pesa- do y costoso, como es el caso de toda una fe que tiene unas claras implicaciones ético-morales que nuestra vida ha de manifestar en el conjunto de una sociedad. Se ve con claridad que el acento ha de ponerse en una religiosidad popular cristiana , entendiendo por la misma aquella que tiene como origen y núcleo con- figurador la fe de la Iglesia y, en razón del mismo, es susceptible de un tratamien- to específico por parte del ministerio pastoral. Partiendo de esta clave, “creer no es el resultado de las distintas prácticas religiosas o de las costumbres de los pueblos. La revelación de Dios en Jesucristo es el origen de la respuesta de una fe que ha encontrado en los mecanismos de la historia y de la cultura elementos indispensa- bles para su manifestación. La dirección de la relación fe-religiosidad popular pre- cede a la de religiosidad popular-fe. Lejos de empobrecer el fenómeno de la reli- giosidad popular, la fe ha sido su origen y ha elevado elementos populares a esa categoría que da el espíritu a la materia cuando se une a ella” 7 . 58 LA RELIGIOSIDAD POPULAR EN LOS ESCRITOS DE... 7 Ib ., p. 157.

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